Ventana de Overton y fundamentalismo democrático
Nada mejor que la presencia en los medios de comunicación de los magistrados eméritos y sectarios del Tribunal Supremo, cuando manifiestan, sabiendo que mienten, que "si el parlamento con 176 votos aprueba una ley de amnistía no hay ningún problema de inconstitucionalidad". Saben perfectamente que mienten, pero lo hacen para ir desplazando poco a poco la ventana de Overton: lo impensable y radical pasará a ser discutible, luego razonable, sensato y aceptable, y terminará siendo deseable "en aras de la pacificación".
El constitucionalismo y el liberalismo nacen de una gran desconfianza en la democracia entendida como el poder absoluto del Parlamento. Este poder siempre estará limitado. Me vienen a la mente los Derechos Humanos, la Constitución o el derecho internacional. Porque si la constitucionalidad de una norma se justifica con el argumento de la soberanía del Parlamento, ¿para qué queremos un Tribunal Constitucional, un procedimiento de reforma constitucional o las mayorías cualificadas? En definitiva, ¿para qué tenemos las leyes o los jueces?
Durante los últimos años eran los separatistas los que intentaban convencernos de que una mayoría parlamentaria puede hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Ahora es el propio gobierno español quien desea que el Parlamento actúe arbitrariamente, abusonamente, despóticamente, dictatorialmente, totalitariamente.
Aristóteles, Cicerón, Montesquieu, Hamilton, Lord Acton o Constant se han explayado sobre estos temas. Las instituciones saben más que los adanes y los mesías, y por eso se ha escrito mucho contra todos los despotismos, incluído el del pueblo. El fundamentalismo democrático es una doctrina propia de ignorantes o de abusones. Sin contrapesos liberales, la democracia degenera en dictadura de la mayoría y podría suprimir el pluralismo político, los derechos fundamentales, no respetar a las minorías, congelando la voluntad popular y eternizando en el poder al déspota de turno, que es lo que ha terminado ocurriendo en las dictaduras bolivarianas.
Según la esquizofrénica doctrina del fundamentalismo democrático, si el Parlamento con 176 votos aprueba una ley a favor de la esclavitud, no hay ningún problema de inconstitucionalidad. Tampoco si se vota la extinción de la democracia, instaurar una verdad oficial, aupar a un dictador, eliminar el pluralismo y la separación de poderes, prohibir votar a los negros, derogar los DD.HH., trocear la voluntad popular o matar a alguien.