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Lejos de mí

  Estamos hechos de la misma materia que los sueños. ¿Quién dijo semejante verdad? Chang Tzu, Shakespeare, Calderón de la Barca. Basta soñar para vivir. No es necesaria la materia, esa alegoría tan perfecta. Como todo estudioso que investiga lo real, a Clément Rosset lo investigado se le disuelve entre los dedos: la pretensión de conocerse a uno mismo es infructuosa. Mi identidad es apócrifa, impostada, una suma de confusiones y malentendidos. Solo mi reflejo en la mirada del otro aporta solidez a mi identidad líquida. Lo que creo que el otro cree que soy: eso soy. Hasta que me encuentro con otro otro . Ahí mi identidad cambia. Homer creía que el trabajo era su identidad. Esto me hace sospechar de que, en realidad, estoy rodeado de Homer Simpson. La identidad personal se resquebraja ante el mínimo contacto social. Nuestra identidad sólida, nuestra personalidad imponente se camufla entonces, camaleónica identidad adaptativa al entorno. Como el agua líquida, va rellenando los huecos ante

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