Caminatas

Durante estos días de mal tiempo no he podido salir de la cabaña. Los fuertes vientos y las bajas temperaturas me impedían salir a caminar. Pero hoy, por fin, el día ha amanecido con el cielo azul y una absoluta calma cubría las cumbres. Aprovecho para dar un largo paseo que me llevará unas dos o tres horas. Recuerdo la lectura que llevé a cabo durante los días de enclaustramiento de un librito titulado Caminar.

En el prólogo, Juan Marqués me decía:

—Se dice que tal vez una biblioteca privada pueda simbolizar el reposo. Caminar es un modo elemental de intentar rastrear alguna verdad o por lo menos alguna pista, de sumergirse en la realidad para encontrar alguna certeza o merecer algún tipo de explicación. Quienes caminan suelen anhelar la soledad, y no solo aquellos misántropos cuyo principal objetivo en este mundo es que les dejen en paz, sino aquellos que son más bien víctimas de una incomprensión general, de una sospecha imprecisa, y no saben o no pueden defenderse. Solo soy sincero cuando estoy callado.

Más adelante, William Hazlitt me contaba que:

—Una de las experiencias más placenteras de la vida es una excursión a pie. Eso sí, yo prefiero hacerlas a solas. Puedo disfrutar de la compañía en un salón, pero al aire libre la naturaleza es compañía suficiente para mí. Nunca me hallo en esos momentos menos solo que cuando me encuentro a solas. No puedo ver el encanto de pasear y charlar al mismo tiempo. Cuando estoy en el campo, deseo vegetar como las plantas. No estoy de humor para criticar los setos ni los lomos negros del ganado. Salgo de la ciudad con el objetivo de olvidarla. El alma de una excursión es la libertad, la completa libertad para pensar, sentir y hacer exactamente lo que uno desee. En lugar de un amigo con el que intercambiar buenas palabras y regresar a los mismos tópicos manidos una y otra vez, déjenme por una vez firmar una tregua con la impertinencia. Denme el limpio cielo azul sobre la cabeza, el verde pasto bajo los pies, un camino sinuoso ante mí y tres horas de marcha hasta la cena… y entonces: ¡a pensar! En lugar de un silencio incómodo, quebrado con tentativas de ingenio o aburridos lugares comunes, el mío es ese mutismo ininterrumpido del corazón que constituye de forma única la elocuencia perfecta. Nadie disfruta con retruécanos, aliteraciones, antítesis, argumentaciones y análisis tanto como yo, pero en ocasiones prefiero no contar con ellos. Expresar nuestros sentimientos ante otros parece extravagancia o afectación y, por otra parte, tener que desmenuzar este misterio de nuestro ser a cada momento y lograr que otros asuman un interés igual en él (de otra forma no logramos respuesta adecuada) es una actividad para la que pocos se muestran competentes. Cada kilómetro del camino acrecienta el sabor de las viandas que esperamos en su extremo final. No tengo objeción alguna en visitar ruinas, acueductos o exposiciones en compañía de un amigo o compañero, aunque precisamente por motivos inversos a los anteriores. Son elementos inteligibles y conllevarán conversación. El sentimiento en este caso no es tácito, sino comunicable y abierto.

Y por su parte, Robert L. Stevenson, finalizaba el libro diciendo:            

—Para ser disfrutada en toda su medida, una excursión a pie debe realizarse en solitario, porque la libertad forma parte de su esencia, porque uno ha de ser capaz de detenerse y seguir, continuar por una senda o por otra, según lo dirija la voluntad, y también porque uno tiene que marcar su propio ritmo. No debe haber cacareos y voces junto a nuestro hombro si queremos disfrutar del silencio meditativo de la mañana.



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