Inventario de amistades diluidas
Leo a José Luis Morante y su inventario de las amistades diluidas. Pienso que antes de que la soledad se vuelva definitiva, hay un tránsito inevitable, una la lenta evaporación de los lazos que un día nos unieron al mundo. No es un corte abrupto, es un desgaste silencioso, como si la vida estuviera hecha de arena y los granos fueran cayendo poco a poco. Las amistades no suelen desvanecerse en un giro dramático, sino en pequeños olvidos: un mensaje no respondido, un café pospuesto demasiadas veces, una conversación que se vuelve más breve cada vez. Nos consolamos con la idea de que el vínculo aún existe, pero en realidad ya es solo un eco de lo que fue. El teléfono sigue guardando los números, las redes sociales preservan rostros y nombres, pero todo no es más que un archivo de una vida, un registro de lo que alguna vez fue necesario y ya no lo es. Hemos cambiado de forma, como si cada uno fuera una pieza de lego que se ha contraído y ya no encaja con las otras, hielo derritiéndose en direcciones distintas. Cuando, a veces, intentamos reconstruir esos lazos, descubrimos que los lenguajes han cambiado, que ya no hay sed para esas bebidas. La soledad no llega de golpe; se instala poco a poco en los vacíos antes ocupados por voces y presencias. En su frialdad, también trae cierta lucidez, y nos obliga a preguntarnos cuántas de esas amistades fueron realmente sinceras, puro hábito o simple coincidencia efímera. Cuántas nos definieron y cuántas nos extraviaron. De ese cálculo imposible saldrá la persona que seremos cuando ya no quede nadie a quien aferrarnos.