El miedo a la libertad


La libertad da miedo, afirma el historiador Robert Peckham. A pesar de ser el valor más celebrado en las sociedades modernas, la libertad es también una carga molesta para muchos. Elegir implica responsabilidad, y la responsabilidad conlleva el riesgo del error. No es extraño, entonces, que en tiempos de incertidumbre —¡cuándo no hay incertidumbre!— la gente prefiera delegar sus decisiones, confiando en que el gobierno, un experto o una institución le diga qué hacer. Peckham vincula este miedo con la pandemia: un momento de crisis en el que la reducción de la autonomía personal alcanzó niveles distópicos. La amenaza del virus justificó restricciones drásticas y el control estatal sobre aspectos cotidianos de la vida: calles vacías, mascarillas obligatorias, toques de queda. Todo se aceptó en nombre de la seguridad. Sin embargo, lo interesante es lo que ocurrió después. Como sostiene Peckham, los temores de la pandemia no desaparecieron, sino que mutaron y se trasladaron a otras ansiedades latentes como el cambio climático, la inteligencia artificial o la crisis económica. Siempre hay un peligro inminente que legitima vigilancias, regulaciones y obediencias. Quizás la libertad nos pesa más de lo que queremos admitir. Erich Fromm ya lo escribió en El miedo a la libertad, donde señala que el individuo moderno, en lugar de asumir su autonomía, busca refugio en estructuras autoritarias o colectivas, borreguiles. El problema radica en que ceder la libertad nunca es un acto temporal. Lo que comienza como una medida excepcional tiende a normalizarse. La pandemia mostró lo fácil que es persuadir a la gente de que sacrifique sus derechos por un supuesto bien mayor, y lo rápido que esos sacrificios se pueden convertir en precedentes de un totalitarismo inminente.


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