Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal


Desde hace treinta y cinco años trabajo en una trituradora de papel prensando libros y reproducciones de cuadros. Estudié Derecho en la Universidad de Praga durante cuatro años, y me empezaba a aburrir. Fue entonces, en 1938, como hecho adrede, cuando las tropas alemanas ocuparon Bohemia y Moravia y cerraron las puertas de muchas instituciones checas, incluyendo las de las universidades. La guerra se palpaba en el ambiente y se precisaba mano de obra para servir a los alemanes y a su maquinaria bélica, así que la mayoría de los universitarios checos nos vimos obligados a convertirnos en obreros. Mi credo es el hominismo que contrapongo al humanismo porque no me interesa la humanidad, me interesa el hombre corriente, un héroe: el hecho de poder y saber soportar su vida común, gris, monótona es ya heroico. Soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo. Bebo jarras enteras de cerveza, no para emborracharme, los borrachos me horrorizan, sino para poder reflexionar mejor, para penetrar hasta el corazón mismo de los textos, porque no leo para divertirme, ni para pasar el rato, ni para conciliar el sueño; yo, que vivo en un país donde la gente sabe leer y escribir desde quince generaciones atrás, bebo para que el texto me despierte, para que la lectura me produzca escalofríos. Los libros me han enseñado el placer y la voluptuosidad de la devastación. Veía a Jesús que trabajaba al pie de una montaña mientras que Lao-Tse ya había llegado a la cima; veía un joven exaltado que quería cambiar el mundo y un anciano que con resignación paseaba la mirada a su alrededor, tejiendo su eternidad con el retorno al origen. Veía a Jesús que, con sus rezos, conjuraba la realidad para que ocurriese un milagro, mientras Lao-Tse, en el Libro del camino, se aferraba a las leyes de la naturaleza y adquiría con ello la docta ignorancia. Lao-Tse, resignado, dejaba caer sus brazos como si fuesen las alas rotas de un cisne; Jesús es un romántico, Lao-Tse un clásico, Jesús la marea alta, Lao-Tse la marea baja, Jesús la primavera, Lao-Tse el invierno, Jesús el amor contundente al prójimo, Lao Tse el súmmum del vacío, Jesús es el progressus ad futurum, Lao-Tse el regressus ad originem… Y pulso los botones verde y rojo, una y otra vez. Teoría general del cielo. Como un relámpago se me apareció Arthur Schopenhauer afirmando que la más elevada de las leyes es el amor y el amor es compasión, comprendí por qué Arthur odiaba tanto al forzudo de Hegel y me alegré de que ni Hegel ni Schopenhauer hubieran sido comandantes de dos ejércitos adversarios: estaba seguro de que aquellos dos habrían sido tan despiadados como los dos clanes de ratas en las alcantarillas del subsuelo de Praga. Apoyado en el mostrador de la Cervecería Negra bebo una cerveza y me digo: a partir de ahora estás solo, a solas, solitario, tú solo te tendrás que divertir, chico, hacer comedia contigo mismo hasta que te abandones, a partir de ahora únicamente remolinearán círculos de melancolía.

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