El arte de extraviarse en la sombra
Paseo a la deriva, por los márgenes de la psique donde lo oscuro no es solo un concepto, sino un territorio movedizo, un archivo de lo humano que se resiste a la luz. Camino mirando fijamente un mapa incompleto, un laberinto de ideas que invita a perderse. Y perderse, en este caso, aunque lo oculte, es el único modo de encontrar algo. Nuestro lado oscuro se adentra en lo que el psicoanálisis y la filosofía han intentado cartografiar: la pulsión destructiva, el mal, la sombra que habita en todos nosotros. No es un libro de respuestas, sino de preguntas que resuenan. Roudinesco evita la tentación de lo definitivo. No hay moraleja en estas páginas, solo un espejo roto que refleja nuestra ambivalencia. El mal, dice Roudinesco, no es una entidad externa, un demonio que nos posee; es un pliegue de la condición humana, una posibilidad inscrita en nuestra libertad. Sonrío porque la libertad siempre me ha parecido un abismo, un espacio de vértigo. El ensayo de Roudinesco es un recorrido por la historia del pensamiento, desde Freud hasta Arendt, pasando por los crímenes del siglo XX y las perversiones cotidianas. La autora no juzga, pero tampoco absuelve. Habla de la banalidad del mal, ese concepto arendtiano que nos incomoda porque nos incluye. Y es que el lado oscuro no es el otro, el monstruo, el tirano; somos nosotros en un mal día, en un instante de debilidad o de exceso. No solo renunciamos, también destruimos. Y lo hacemos, a veces, sin saber por qué. Pienso en una escena donde un hombre sentado en un café, hojeando Nuestro lado oscuro, se detiene en una frase: “El mal es la expresión de una libertad pervertida”. Levanta la vista, observa a los transeúntes. Cada uno, un potencial criminal, un santo, un nadie. El hombre, que es escritor —porque todos lo somos, de un modo u otro—, anota en una servilleta: “¿Y si el mal no es más que un relato mal escrito?”. La idea no es nueva, pero en el universo de Roudinesco cobra un matiz inquietante. El mal no tiene guion, no sigue un arco narrativo claro. Es caótico y se resisten a la estructura convencional. Roudinesco, como buena psicoanalista, no se queda en la superficie. Su análisis del sadismo, el masoquismo, la crueldad, no es clínico, sino humano. Nos dice que el lado oscuro no es una excepción, sino una constante. Todos estamos al borde de algo —la creación, el abandono, la locura—, pero nunca del todo sumergidos en ello. Hay una contención, una ironía que los salva. Roudinesco, en cambio, nos empuja un poco más al fondo. No hay redención fácil en su libro. El mal existe porque existimos. Porque hasta el silencio, como el mal, también es una elección. La libertad es un peso, un riesgo, un abismo. Pero en este juego de sombras, eso es lo de menos.








