J. S. Bach: una estructura del dolor, de Josep Soler


Estamos cegados por nuestra propia angustia, parece decir. El cierre de los ojos terrenales quizás nos abra una nueva mirada con una rara claridad para la intuición, la verdadera epifanía de la emoción. Múltiples conciencias que la reciben mostrando su enorme complejidad. La historia de la música fue primero litúrgica, luego cortesana y más tarde abstracta. Bach ilustra el terror de vivir, el ansia del mañana, el dolor de cada día. La tonalidad acabó desvaneciéndose tal y como le ocurrió al racionalismo ilustrado. A él le tocó organizar el material tonal como edificio inmenso. Supo resumir un pasado que seguramente no conocía bien, cerrando un largo ciclo de siete siglos de música. Obró una síntesis admirable, iluminando el pasado y al futuro. Anónimo IV hablaba de la obligación de embellecer la liturgia mediante las técnicas de Leonin o Perotin sobre las melodías del canto llano. Bach compuso sus obras en un ambiente de indiferencia, incluso hostil. Eso prueba su fe en su trabajo, a pesar de las dudas. No cedió a la adulación de las modas. Tomad El Arte de la Fuga, pensaría. Vivió entre persecuciones y envidias una vida aparentemente poco brillante. Como la tumba fría cubierta de rosas, hizo posible que la huella de sus días terrenales no se perdiera en los siglos infinitos. La Teodicea de Leibniz era un altar al escepticismo, a la imposibilidad de conocer la Verdad, la Belleza o el Bien, y por tanto, del Mal. O Dios guarda silencio, o habla otro idioma. Lo movía la gloria de Dios, la adulación perpetua a cambio de un conato de tranquilidad del alma. Shoenberg habló de melodías de colores. Altura, timbre e intensidad. Melodías de timbres. El cromatismo lo habían entendido bien en el Islam o en la India, pero el férreo control de la Iglesia lo vetó en Occidente. Se obsesionaron con ellas y así nació la nueva y nefasta raza de orquestadores, capaces de disfrazar la música más insulsa, la del cine, de brillantes coloridos que cumplen un penoso efecto. Algunos tuvieron la necesidad de convertir la música en imágenes, una especie de catálogo de situaciones y efectos. Hoy, el cine se ha convertido en un catálogo de caricaturas congeladas. La última consecuencia del cromatismo fue la atonalidad, a veces estructurada en dodecafonismo. No se puede construir un realismo despojado de metafísica. Muchos odian aquello que no entienden. 

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