Krasznahorkai: el fracaso infinito



Siempre he sospechado que el apocalipsis, si alguna vez tuvo lugar, ocurrió el pasado martes, en medio de un bostezo. El fin no llega con trompetas, sino con subordinadas. Hay escritores que quieren ordenar el caos, y otros que simplemente lo escuchan. Krasznahorkai pertenece a los segundos. “La frase sencilla es la contraria a la naturaleza”. Yo, que siempre he vivido de frases breves y cafés largos, no puedo evitar sentirme un poco impostor al leerlo, cuando apenas logro que mis pensamientos duren lo suficiente como para terminar una nota al pie. Una noche, mientras paseaba por el Retiro, recordé su idea de que la belleza es un territorio traicionero. Lo bello no consuela: amenaza. A veces pienso que ese es el secreto de su ritmo, tan implacable. Uno lee Guerra y guerra con la sensación de que “Lo que uno debe capturar en la belleza es aquello que es traicionero e irresistible”. Yo, por el contrario, siempre he preferido la belleza de los cafés vacíos, donde los camareros leen a Dostoyevski mientras los relojes no se detienen por costumbre. Pero sospecho que si “la gente necesita que se le mienta” ya tenemos a mucha gente en la cola como profetas de lo trivial. Él se declaró “escritor del fracaso”. Una frase que podría firmar cualquiera de nosotros, los que todavía creemos en la literatura como si fuera una reunión de fracasados anónimos. El fracaso, decía, es lo único que puede ser verdadero. Lo demás, el éxito, la fama, los premios, pertenecen al mundo de las mentiras. A veces pienso que solo me interesan los cronistas del derrumbe. Como si escribir, en el fondo, fuera escuchar cómo el mundo se cae mientras uno finge tomar notas. La escritura no salva, pero mantiene la mirada abierta mientras caen las cenizas. “El apocalipsis ya ocurrió”, dijo, “lo que vivimos es su repetición infinita”. Quizá todo sea precisamente eso: repetir el fin del mundo hasta que se vuelva soportable. Cuando cierro sus libros, siento que el silencio tiene peso. Porque fracasar, me digo, la derrota, reconocer lo incompleto, lo frágil, es la forma más comprensible de seguir. 

   

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