Breviario de los vencidos, de Cioran


Los hombres no han podido cosechar los frutos del cielo y por eso estan siempre frustrados y mendigando. Vivir es especializarse en el error. A mis semejantes ya los conozco. A menudo he leído en sus ojos ausentes y vacíos el sinsentido de mi destino o he reposado de mis rebeldías durante las pausas de sus miradas. Pero su angustia no me es ajena. Ellos quieren, quieren incesantemente. Y como no había nada que querer, mis pies pisaban sus huellas como si fueran espinas. Los hombres sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me hiere más que sus ojos anhelantes. No tener sino una meta: ser más inútil que la música. Los hombres no saben ser inútiles. ¿Qué vicio y qué tormentos viciosos han empujado al ojo hacia lo sobrenatural? La religión lo aparta de su destino natural: ver. ¿Dónde buscar lo real? En ninguna parte fuera de la gama de las emociones. Lo que no sube hasta ellas es como si no existiera. Un universo neutro es algo más ausente que uno ficticio. Solamente el artista hace al mundo presente y solamente la expresión salva las cosas de su irrealidad fatal. La realidad es apariencia solidificada. Dos atributos tiene el hombre: la soledad y el orgullo. Éxtasis introspectivo de la arcilla, tierra contagiada de narcisismo… El hombre no ha inventado un error más precioso ni una ilusión más sustancial que el yo. Respira y se imagina que es único. Las creencias de los mortales me exigieron que abjurara de mí. Desde los Vedas, pasando por Buda y Cristo, no he descubierto más que enemigos de mi necesidad. Me ofrecieron la salvación en mi ausencia; todos me exigieron que me privara de mí mismo. Y no sólo eso. También me exigían vencer el dolor. ¿Liquidar mi sufrimiento en otros? ¡Descubrir siempre semejantes y más semejantes! ¿Ser feliz estercolando sus majaderías, cultivando sus bajezas y matando mi entusiasmo por el desprecio? No soporto otro absoluto salvo mi accidente. Dado que soy, la ilusión de mi existencia me parece mi sentido supremo. Las religiones me enseñaron la senda de la felicidad, a costa mía. Pero la ilusión de estar aquí es más estimulante que la serenidad de no estar en ninguna parte, de estar en los cielos. Y entonces volví a la tierra y renuncié a la liberación. Pero en el espíritu, al que lo infinito dotó de alas, el sueño es más real que todas las verdades. La historia es una lección de inhumanidad. Me he aficionado más a los frutos de la muerte que a los de la vida. Serías más desdichado si esta vida fuese eterna. El ser es un jamás absoluto. Después de leer a Buda o a cualquier otro vividor de lo sublime, sólo me entran ganas de pedir una sopa de ajo. Pero qué grande habría sido Marco Aurelio, este emperador pensador si no hubiera bebido en las fuentes de los estoicos, si no hubiese encorsetado su sensibilidad con unas enseñanzas de segunda mano! Toda la doctrina que hay en él es mediocre. Lo único vivo y fructífero entre todas sus reflexiones es el estremecimiento de la soledad. Es el símbolo puro de las rarezas de la decadencia, de la magia que emana de los ocasos de la cultura. Si nada te incita de por sí a la acción y a sus fines, ¿qué te impulsa tan fuertemente a realizarte? Y como no te parece censurable la ociosidad, ¿qué es lo que te empuja a la fiebre de las horas y los actos? ¿De dónde te viene el remordimiento por perder el tiempo después de haber visto la vanidad de su sustancia? Toda realización, y antes que nada la tuya, deriva de la obstinada obsesión por la muerte. Su llamada afirma la voluntad, activa las pasiones y solivianta los instintos. Te das cuenta entonces de tu papel; eres un apasionado de las apariencias. «La enfermedad del deseo», a la que se oponen las religiones, yo sabré cómo cuidarla. Un animal que puede sufrir por lo que no es, he ahí al hombre. Dios es tan mentira como la vida y, quizá, como la muerte. ¡Todo es vano, salvo la vanidad! El ansia de dinero, de lujo, de vicio, eso es la civilización. Un pueblo sencillo y probo no se diferencia de las plantas. La vida es un subterfugio de la locura. Los tontos edifican el mundo y los listos lo derriban. ¿La estupidez? Ser compinche del mundo. Pues la razón no nos permite vivir sino mientras dure la magia de una nada sangrienta. La locura es un techo más seguro que la muerte en un mundo que no encuentra refugio en la razón. La vida es una inmortal melancolía. Por regla general, todos creemos que estamos llenos de vida y alardeamos de nuestros esfuerzos y de su fruto. En realidad, llevamos a la espalda un saco vacío que llenamos de vez en cuando con migajas de realidad. El hombre es un mendigo de la existencia.

Amé y me he amado. Nada de lo que has dicho sigue siendo tuyo. Y tampoco tú te perteneces ya. ¡Tú lo que quieres es morir! Más solo que el gargajo de un diablo.

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