El libro de las quimeras, de Cioran



Mi segunda obra, zaratustriana, fue publicada en Bucarest en 1936, cuando yo tenía veinticuatro años. Habían transcurrido dos desde la aparición de En las cimas de la desesperación. Tras disfrutar de una beca de estudios en Alemania, vuelvo a Rumania y paso a ser profesor de filosofía en Brasov, estancia en verdad catastrófica, pues tuve follones con mis alumnos, los profesores y el director.

En la música y en el amor sólo hay sensaciones únicas; uno advierte perfectamente que éstas no podrán volver ya, y lamenta con toda su alma la vida cotidiana a la que se verá abocado después. 

Maldito sea el momento en que la vida empezó a cobrar forma y a individualizarse; ya que desde entonces empezó la soledad del ser y el dolor de ser solamente tú, de estar abandonado.

La filosofía es la expresión de la intranquilidad de los hombres impersonales. Ningún pensamiento ha suprimido un dolor ni idea alguna ha alejado el miedo a la muerte. La futilidad de este mundo, en el que el dolor se afirma como una realidad, transforma lo negativo en ley. Cuanto más ilusoria parece la existencia del mundo, más real se vuelve el sufrimiento como compensación. 

La desgracia del hombre es que no puede definirse en relación con algo, que su existencia carece de un punto estable y de un centro que lo determine. La oscilación entre la vida y el espíritu lo lleva a perderlos a ambos y a convertirse así en una nada que anhela la existencia. Ese animal, indirectamente, anhela el espíritu y lamenta la vida. ¿Pero qué puede hacerse cuando no se ha encontrado ningún medio de no estar solo en el dolor?

Los hombres no han entendido que contra la mediocridad no queda otra arma que el sufrimiento. Con la cultura y el espíritu no se cambia gran cosa; pero es increíble lo que puede transformar el dolor. La única arma contra la mediocridad es el sufrimiento. 

Pasar de la renuncia al heroísmo. Pero no a la indiferente pasividad de los sabios. Ponemos demasiada pasión en las negaciones. Al destruirlo todo es como si lo creáramos todo. La negación no lleva al éxtasis ni la desesperación a la profecía.

Buscamos a la mujer para paliar nuestra soledad y a la música para hundirnos en ella. 

Los hombres lo esperan todo del tiempo. Que todo cuanto vivamos sean preparativos y escalones que conduzcan hacia el entusiasmo supremo. El hombre tiene que morir; tiene que morir lo que de hombre hay en nosotros.

Siempre que escucho a Mozart me crecen alas de ángel. La música oficial del paraíso. La clave de la música de Bach es el anhelo de evadirse del tiempo. La humanidad no ha conocido otro genio que haya presentado con un mayor pathos el drama de la caída en el tiempo y la nostalgia del paraíso perdido. Bach pide más bien a Dios que nos acoja, no que nos salve. Bach nos hablaba de la tragedia de los ángeles; Mozart de la melancolía de los ángeles. La melancolía angélica, tejida de serenidad y transparencia, juego de colores.

Vivamos todos y cada uno como un dios, vivamos en el mito de la propia divinidad. ¿Qué clase de existencia es esa que no lleva a la culminación?

Pensamiento en la noche: ¿tiene el hombre que estar sufriendo hasta que Dios mismo le pida excusas…?

La suspensión total del tiempo: el mundo se crea en nosotros.

No se puede saber si el hombre quiere o no liberarse, porque no se puede saber si el momento postrero de la liberación, la transfiguración, es algo más que un sublime callejón sin salida.

¿Por qué tenemos la sensación de que una santa desperdicia su vida absolutamente, mientras que una prostituta no?

Durante toda su vida, Don Quijote estuvo más solo que Jesús en Getsemaní; más solo por nosotros.

Sufrir es la forma suprema de tomar en serio al mundo.

Pesado es a veces el tiempo; ¡qué pesada debe de ser la eternidad! Una anemia del espíritu, plenitud o vacío.

¡Me da vergüenza morir!

Los olores nos sacan del espacio. El perfume disuelve el espacio en el tiempo. Las rosas influyen tanto en nosotros como la música. Las sensaciones olfativas nos llevan más cerca de nuestro tiempo que cualquier otra sensación. Desentierran los olvidos y dan vida a los recuerdos. Y, de esta manera, vencen también al tiempo.
Hay que leer a los poetas para verificar la propia resistencia.

Aprende a considerar las ilusiones como virtudes; la tristeza como elegancia; el miedo como pretexto; el amor como olvido; la separación como un lujo; al hombre como recuerdo; la vida como balanceo; el sufrimiento como ejercicio; la muerte en la plenitud como meta; la existencia como fruslería.

Lo que es me parece indiferente a la apariencia y a la esencia.

Cuando nos hartemos de la muerte y la hayamos vencido por desgaste, la vida que nos resta conservará una extraña marca compuesta de distanciamiento, asombro y desinterés.

La objeción definitiva contra las ideas es que no son nuestras. Todo filósofo es una expectativa frustrada. Como vivir. ¡Cuando pienso lo poco que he aprendido de los grandes filósofos! Nunca me han hecho falta ni Kant ni Descartes ni Aristóteles. Su pensamiento vale solamente para nuestros momentos de soledad.

Entre una mujer corriente y un hombre corriente, la mujer es espiritualmente superior. Entre una mujer superior y un hombre superior, el varón presenta infinitamente más matices, es más profundo y diferente.

¿Y es posible acaso que toda la cultura descanse sobre falsos problemas? Con tantos siglos que han pasado y todavía se habla de felicidad y de progreso. Que los hombres crean en la cultura no tiene nada de particular, pero sí que estén orgullosos de ella. Por qué teme el hombre tanto al futuro, cuando el pasado justificaría un temor aún mayor. Todo en mí reclama otro mundo. Todo lo religioso nace de este rechazo.

Todo desgarro nos lleva a los límites del yo. El hombre está solo en su esencia. El miedo a la soledad es una traición a sí mismo.

Se llega a un momento en la vida en que cualquier libro pesimista irrita y trastorna. Hay demasiada indiscreción en ellos.

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