Occidente se odia a sí mismo
El ser humano invoca los principios liberales cuando gobiernan sus enemigos. Cuando gobiernan sus amigos suele convertirse en totalitario. Por eso, el liberalismo verdadero, no solo el económico, podría resumirse como "las medidas que reclama la oposición —de uno y otro lado— contra el abuso de poder". Pocas civilizaciones son tan autocríticas como el Occidente liberal. Otras culturas han erigido sus mitos fundacionales sobre la perfección inmutable. Occidente lo ha hecho sobre la autoconciencia, la revisión y la duda. Esto ha engendrado un desprecio que proviene tanto de la derecha colectivista como de la izquierda woke, dos corrientes que parecen antagónicas, pero que coinciden en su rencor hacia la modernidad occidental. La derecha colectivista, nacionalista y tradicionalista, ve en Occidente una traición a sus valores, un error que disuelve los lazos comunitarios en favor de un individualismo disgregador. Detestan el liberalismo, lo asocian con la decadencia moral. Creen que la democracia, el libre mercado y la globalización han erosionado la esencia de sus naciones, reemplazando sus costumbres por una cultura del consumo y el artificio. La izquierda woke odia a Occidente por su presunta estructura de opresión: colonialismo, patriarcado, racismo y explotación. Todo lo que ha salido de Europa y sus extensiones en América es visto como un legado de dominación que debe ser desmantelado. Ambas corrientes comparten que Occidente es el problema. Uno quiere retroceder hacia un pasado mítico de pureza, el otro anhela un futuro en el que Occidente sea irreconocible. Olvidan que la autocrítica que utilizan para atacar a Occidente es precisamente un producto de Occidente. Su odio es un lujo que la civilización les concede y que no saben valorar. Este resentimiento compartido erosiona las bases de la sociedad abierta, la razón, el pluralismo y la libertad individual. No se puede destruir Occidente sin perder sus logros. Utopía es barbarie; y si no se lo creen, esperen a estar en la oposición.