El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad


Con esta frase, Romain Rolland sintetiza la tensión que atraviesa toda la condición humana: la pugna entre lo que entendemos y lo que decidimos hacer. La inteligencia, al analizar la realidad sin concesiones, tiende al pesimismo. Estudia la historia y encuentra ciclos de destrucción y desilusión. Cuando observa la naturaleza descubre la indiferencia del universo, esa mirada fría ante nuestra necesidad de calor. Este panorama sombrío se interpone ante una voluntad heroica, un acto de desafío, un impulso que, pese a la lucidez del desencanto, sigue afirmando actitudes posibles de mejora. La lucidez percibe el desorden, la complejidad de los problemas, la injusticia estructural, la fragilidad de la civilización, la irracionalidad humana. Lo compara todo con un ideal quimérico. Por eso se inclina siempre hacia el escepticismo o la resignación. Pero la voluntad es la fuerza que surge ante el mínimo picor, dolor, deseo, ansia. La historia está llena de individuos que, sabiendo que sus esfuerzos podían ser vanos, siguieron adelante: desde los revolucionarios que lucharon contra regímenes aparentemente invencibles hasta los artistas que plasmaron su visión en un mundo que no pedía su obra. Si la inteligencia nos obliga a reconocer los límites, la voluntad nos empuja a desafiarlos. Incluso Schopenhauer fue arrastrado.

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