El rebaño y los cuerdos

 


Cuerdo es todo aquel que sabe balar con oportunidad. Desde sus márgenes más extremos, el arte y la locura han estado interconectados, como dos formas de atravesar los límites de lo real. Michel Foucault y Antonin Artaud, cada uno a su manera, exploraron esta relación, revelando cómo la creación artística puede ser tanto una forma de lucidez radical como un síntoma de alienación. Foucault, en Historia de la locura en la época clásica, muestra cómo la sociedad ha confinado la locura, excluyéndola del discurso legítimo. Sin embargo, antes del encierro psiquiátrico, el loco tenía un lugar en el imaginario colectivo, muchas veces vinculado al genio y la visión profética. El arte, en su capacidad de subvertir el orden racional, se convierte en un residuo de aquella locura original, un espacio donde el discurso del delirio puede sobrevivir sin ser silenciado. ¿No es acaso el artista aquel que ve lo que otros no pueden ver, el que percibe fisuras en la realidad y las traduce en formas, colores o palabras? Para Antonin Artaud, la relación entre arte y locura es aún más visceral. Su propia vida estuvo marcada por el sufrimiento mental y la internación psiquiátrica, y su obra es un grito contra los límites impuestos por la razón. En El teatro y su doble, defiende un arte que no sea mera representación, sino una experiencia transformadora, una violencia sagrada que sacuda al espectador. En su poética, el arte no imita la locura: es locura, un trance donde la mente se expone a sus propios abismos. Quizá el arte sea la última forma de locura permitida, el único espacio donde el delirio no es censurado, sino celebrado. O tal vez la locura misma sea solo un nombre que damos a quienes se atreven a ver más allá del mundo cotidiano.


Entradas populares