Constant contra el despotismo del pueblo
Benjamín Constant escribió sus Principios de política en 1806. Selecciono lo siguiente:
El reconocimiento abstracto de la soberanía del pueblo no aumenta en nada la suma de libertad de los individuos, y si se le atribuye una amplitud indebida, puede perderse la libertad, a pesar y en contra de ese mismo principio.
(...) Cuando se afirma que la soberanía del pueblo es ilimitada, se está creando e introduciendo azarosamente en la sociedad humana un grado de poder demasiado grande que, por sí mismo, constituye un mal, con independencia de quien lo ejerza.
(...) El error de los que de buena fe, movidos por su amor a la libertad, han concedido a la soberanía del pueblo un orden sin límites (...) su cólera se ha dirigido contra los detentadores del poder, no contra el propio poder. En lugar de destruirlo, sólo han pensado en desplazarlo (...) Ha pasado necesariamente a la mayoría; de la mayoría, a las manos de algunos hombres, a veces a las de un sólo hombre; ha causado tanto mal como antaño.
(...) Es falso que la sociedad en su conjunto posea sobre sus miembros una soberanía sin límites.
(...) Hay, al contrario, una parte de la vida humana que es, por naturaleza, individual e independiente y que queda al margen de toda competencia social (...) Rousseau ha ignorado esta verdad, y su error ha hecho de su ensayo El Contrato Social, tan frecuentemente invocado en favor de la libertad, el instrumento más terrible de todos los géneros de despotismo.
(...) El gobierno popular no es sino una tiranía convulsiva. Cuando la soberanía no está limitada, no hay ningún medio de poner a los individuos al cobijo de los gobiernos.
(...) La masa puede sacrificar sus intereses a sus emociones (...) La violencia une a los hombres (...) La moderación los divide (...) por el espíritu abierto a todas las consideraciones parciales.
El concepto 'democracia' tiene una etimología peligrosa pues tiende a confundirse con gobierno del pueblo, idea errónea que conduce a malentendidos en forma de idealismo desmesurado y la consiguiente frustración e indignación. Se ha convertido en fundamentalismo, en mito, en creencia, sinónimo de verdadero, bueno y bello, y se utiliza incluso para excusar aberraciones. Un fundamentalismo absolutista democrático de la soberanía popular, esto es, de la moda. Ya Platón nos relató cómo se involuciona de la democracia a la tiranía: el ansia de libertad (República 562c) lleva a la anarquía (562e), los jóvenes se creen muy listos y los viejos los imitan (563b), se obvian las leyes (563e), surge el líder que promete el Edén (566a), se produce una revolución paternalista (566e), las purgas (567b), leyes imposibles, meros deseos contradictorios (456c) que desemboca en el Estado totalitario (520a)… Aristocracia, timocracia, oligarquía, democracia y tiranía (544b).
Son los peligros de un gobierno arbitrario, tanto si es el despotismo de un único individuo como el de una multitud. Buena parte de la izquierda (y alguna derecha) aboga por la soberanía popular ilimitada. Algo incompatible con la democracia liberal. Escribió Hayek que "bajo el gobierno de una mayoría muy homogénea y doctrinaria el sistema democrático puede ser tan opresivo como la peor dictadura". Una mayoría democrática no puede pisotear los derechos individuales consolidados, está fuera de su ámbito de poder. Nadie duda de que sea posible que una raza mayoritaria pueda decretar leyes contra una raza minoritaria. Faltaría el pluralismo, el respeto a las minorías y al individuo que, a su vez, respeten las reglas del juego. No es casual que toda ideología que contempla la Nación como un conjunto homogéneo sea difícil de compatibilizar con la democracia liberal. El liberalismo necesita instituciones para evitar la acumulación de poder. También necesita del principio mayoritario, pero sin libertad de expresión, reunión y asociación, y sin la plena vigencia de los derechos civiles o los derechos humanos no es posible la correcta formación de una voluntad popular.
Mosca afirmaba que en las democracias de masas los electores no eligen al diputado, sino que es el diputado el que elige a los electores. Las masas contaminan la democracia. Lo que mueve a las masas no es la razón, precisamente. Son narcisismos colectivos propios de individuos acomplejados, víctimas de sus pasiones, a merced de la sugestión, maleables, impulsivos y bestiales. Todos somos o hemos sido masa en algún momento, nadie se libra; basta acudir a un partido de fútbol o a un mitin político para comprobar cómo se produce un contagio emocional lamentable. Es preferible conservar la individualidad a salvo de este tipo de delirios colectivos normalizados.