Saber, querer, poder o deber


Pensar es imposible. En realidad, es un impulso humano disfrazado de silogismo, de tautología. Es un deseo, impulso inicial, cargado de curiosidad y arrogancia, que pronto choca con la conciencia del fracaso: “Solo sé que no sé nada”. Esta humilde confesión socrática no es un punto final, sino el umbral de un baile perpetuo entre la verdad, la realidad y la duda. La Verdad Absoluta se revela inalcanzable, y en su lugar queda el relativismo contextualista, un reconocimiento de que la verdad depende del marco  “mientras dure el baile”. Este contextualismo es una rendición, una apertura, a la multiplicidad de perspectivas, a la idea de que el saber no es un monolito, sino un mosaico de hipótesis, creencias y dudas.

El saber filosófico solo puede aspirar a minimizar lo contradictorio, pero no basta con la lógica pura. Conocer implica conjugar otros verbos: creer, sospechar, dudar, calcular, imaginar, recordar, contemplar, sentir, percibir, querer y deber. Cada uno de estos verbos representa una faceta de la conciencia filosófica, una forma de relacionarse con la verdad y la realidad. Creer implica persuadirse de hipótesis y premisas, habitar las ideas en lugar de poseerlas. Las creencias, sin embargo, son frágiles: pueden ser incoherentes, falsables o meras supersticiones. Por eso, la filosofía exige sospechar y dudar, activando el pensamiento crítico, deconstruyendo lo dado, desenmascarando falacias. Desde Pirrón hasta Montaigne, la duda se convierte en el guardián de la racionalidad, aunque esta no sea suficiente. La lógica sola no alcanza; hay que considerar el querer, el deber y el sentir. La filosofía, en este sentido, no solo razona, sino que también denuncia la arrogancia de quienes confían ciegamente en la deducción formal sobre cimientos podridos.

La conciencia racional-analítica intenta calcular, buscando pruebas y demostraciones, pero incluso aquí la filosofía se enfrenta a sus límites. Gödel, Tarski y Hume nos recuerdan que ninguna prueba es absoluta fuera de su campo formal. Einstein lo expresó con claridad: las proposiciones matemáticas, si son válidas, no siempre se refieren a lo real; y si se refieren a lo real, no siempre son válidas. La posmodernidad, con su falibilismo epistemológico, abraza esta fragilidad, reconociendo que la verdad es conjetural, coherente dentro de un contexto, pero nunca absoluta.

La conciencia mística solipsista nos invita a imaginar, a explorar posibilidades, con el mito o el arte. Aquí, la filosofía se convierte en un juego de combinatoria conceptual, en una metafísica especulativa que expande el espacio de lo posible. No se restringe al método empírico o al hipotético-deductivo; indaga también en lo que debe ser, en el lugar del ser humano en el universo, en las posibles causas últimas. Todo es misterio y claridad extrema, y la filosofía abraza tanto la verdad como las “infinitas mentiras” que surgen de la imaginación. La 'Patafísica y la razón poética se convierten en herramientas para explorar lo irreal, lo deseado, lo que constituye un factor capital de la realidad humana.

La conciencia contemplativa, por su parte, nos sume en un solipsismo del moribundo para quien el mundo ya no importa, en una apertura mental que reconoce la polisemia del mundo. La realidad no es unívoca; es un simulacro, un sueño, una alucinación posible. La filosofía contempla estupefacta cómo la ciencia se desborda hacia ámbitos que no le competen, mientras ella misma se niega a ser reducida a una sola perspectiva. El pluralismo hermenéutico y el contingentismo se convierten en sus aliados, permitiendo que coexistan múltiples marcos de interpretación, infinitos campos de sentido. La verdadera alienación es el monodogmatismo, la creencia en una única verdad privilegiada.

Finalmente, la conciencia pragmático sensorial y la conciencia narrativa mimética nos anclan en la experiencia, en el dolor, en la resistencia. La verdad, en este nivel, es aquello que duele, aquello que se resiste. Sentir y percibir nos conectan con la realidad a través de los sentidos, mientras que querer y deber nos orientan hacia la utilidad, la teleología, el manejo de las resistencias del mundo. La filosofía, en su dimensión intersubjetiva, reconoce que la realidad es una construcción colectiva, un relato mítico y de autoridad que surge de la interacción entre sujetos. Este constructivismo débil o fuerte nos recuerda que la humanidad, como medida, da forma a lo real a través de sus percepciones compartidas, sus costumbres, sus prejuicios.

En última instancia, la filosofía es un baile interminable, un juego de perspectivas que oscila entre la búsqueda de lo Absoluto y la resignación. Es racional y poética, analítica y mística, pragmática y contemplativa. No ofrece respuestas definitivas, sino herramientas para navegar el misterio de la existencia. Como señala el sabio, “no lloréis, hijos, que todo podría ser mentira”. La filosofía no es un destino, sino un camino, un juego, un deporte, un esfuerzo constante por comprender, dudar, imaginar y vivir en un mundo que nunca se deja atrapar del todo.

Entradas populares