Contingencias



Vino algo que se parecía a la nostalgia, pero sin pasado, algo prestado de otros que sí vivieron aquello que yo apenas intuyo. Y más tarde llegó la irrealidad, que es el territorio predilecto de mis días, la república donde uno acaba instalándose cuando comprende que la vida entera no es más que un ensayo general sin estreno. El olvido llegó sin hacer ruido, con un perfume tenue de una sombra que no termina de borrarse, un poso obstinado de melancolía que se queda adherido a la existencia, una huella de tinta en los dedos del que escribe tratando de salvarse. Lo diario exige paciencia para deslizarse por la quietud sin convertirse en estatua. La escritura, ese acto siempre clandestino, sirve para engañar a lo transitorio. Uno toma un puñado de palabras, las sacude, y encuentra en ellas el rumor de una brisa mañanera, la ilusión de estar donde todo parece a punto de desvanecerse. Mientras tanto, la voluntad trabaja, borra heridas con disciplina, respira, se contrae y se dilata siguiendo su propio misterio. Tiene la elegancia de combinar azares, de ordenar lo caprichoso. Un catálogo preciso de sucesos y desvíos.


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