Cioran en Bob Esponja
Cioran encarna en Bob Esponja la sensibilidad del lúcido pesimista que observa la euforia ajena con un gesto cansado de incredulidad. Contempla cómo los demás celebran la vida con objetos y comportamientos ridículos. Ni siquiera su desdicha llega a ser tragedia, heroica, sino rutina. Es el náufrago gris del sentido, rodeado de colores que no lo salvan del desencanto.
Cioran, que se ha disfrazado de Calamardo para no asustar a los niños, vive en el absurdo de Fondo de Bikini. Trabaja en un empleo que detesta, rodeado de personas insoportables y felices que no lo comprenden, en una rutina sin propósito. Su vida ilustra el absurdo camusiano, el choque entre el deseo humano de sentido y la indiferencia del mundo. Es un Sísifo bajo el mar que cada día levanta la roca del tedio, solo para verla caer otra vez cuando Bob Esponja le saluda por la mañana. Digiere el absurdo con amargura y su ironía y cinismo son su forma de rebelión pasiva. El infierno son los otros de Sartre cobra vida literal: sus vecinos alegres y simples son su castigo cotidiano.
Calamardo cree ser un artista sublime, un clarinetista y pintor adelantado a su tiempo. Pero su arte es mediocre. Su público no aprecia ni su intento. Encarna el espíritu apolíneo que busca orden, forma, belleza racional, pero está rodeado del espíritu dionisíaco del caos, instinto y risa superficial. El conflicto entre ambos mundos simboliza el choque entre la razón y la inocencia vital, entre el deseo de trascendencia estética y la simpleza del vivir sin pensar demasiado. Busca ser un Übermensch, pero termina atrapado en la frustración.
El trabajo de Calamardo es el ejemplo perfecto de alienación laboral marxista: no controla su trabajo; no se identifica con su producto, y se siente ajeno al proceso productivo y a sus compañeros. De ahí su apatía constante. Es un sujeto alienado y sin propósito vital. Como Schopenhauer, ve el sufrimiento como algo inevitable. El deseo de ser admirado o comprendido solo le genera frustración, y su única salvación sería la renuncia al querer. Paradójicamente, en los episodios donde encuentra algo de paz (por ejemplo, cuando toca solo su clarinete o contempla el silencio), roza una especie de nirvana pesimista.
Su desdén por los demás es también su intento de preservar una autenticidad imposible. Quiere ser él mismo, pero no sabe quién es fuera del contraste con los otros. Heidegger diría que Calamardo está “caído” en la cotidianidad del Dasein. Kierkegaard vería en él una mezcla del hombre estético y religioso, aquel que busca placer, arte, sentido y refinamiento, pero que inevitablemente cae en la desesperación.
Calamardo es un espejo del espectador adulto. Los niños ríen con Bob Esponja; los adultos entendemos a Calamardo. Su escepticismo, su hastío, su deseo de paz y arte en medio del ruido, todo eso lo convierte en un símbolo de la madurez desilusionada, del que ha probado la realidad y preferiría volver al juego ingenuo, pero ya no puede. No es un villano, es la víctima trágica del absurdo, un calamar sensible en un mundo de peces aparentemente felices.









