Callad y calculad. De Unamuno a la física cuántica

 


Dos imperativos, una misma sombra. Siempre me ha intrigado que una frase tan breve pueda pertenecer a dos tradiciones que se ignoran con la misma cortesía con la que dos desconocidos evitan mirarse en un ascensor. En un despacho imaginario, quizá en Salamanca, quizá en Copenhague, alguien ordena callar. Y luego, como quien ofrece una salida decorosa, añade: calculad

Unamuno interpreta esa frase como una amenaza. La escucha con la desconfianza del que sospecha que detrás de toda suma hay una renuncia. Para él, callad y calculad es el lema secreto de una humanidad que ha decidido anestesiarse. Callar significa no preguntar por el alma, no interrumpir la maquinaria con dudas incómodas; calcular significa sobrevivir sin vivir, contar sin contarse, resolver ecuaciones para que el pollo sin cabeza avance sin saber adónde. Unamuno imagina un mundo lleno de expertos que saben exactamente cuánto pesa el universo, pero no por qué les duele existir dentro de él y no preguntan acerca de lo que es verdaderamente útil.

Décadas después, en otro laboratorio, otro tipo de silencio se impone. Aquí no hay angustia existencial, sino pizarras llenas de símbolos que parecen laberintos sin hilo de Ariadna. Repiten la frase los físicos cuánticos, no como una orden moral, sino como una rendición práctica. No sabemos qué es la realidad, confiesan sin confesar, pero el número sale y los experimentos funcionan muy bien. El electrón se comporta de manera muy extraña, el mundo se desdobla, el gato está vivo y muerto, y aun así la técnica funciona y... avanza. Da igual hacia dónde. ¿Para qué arruinarlo con preguntas? Ya nos responde la inercia.

Lo curioso es que ambos silencios se parecen más de lo que admitirían. Son silencios impuestos por la técnica y por el éxito —aparente. En ambos casos, pensar demasiado parece algo especulativo, inútil. En uno, porque deshumaniza; en el otro, porque parece que no es necesario. Dos maneras distintas de sospechar del pensamiento. Una por traición al hombre, otra por irrelevancia operativa.

Callad y calculad es una consigna, no una advertencia. Cuando callamos y dejamos de hacer preguntas, incluso con buenas razones, algo esencial empieza a desaparecer. Y quizá escribir sea una forma desesperada de romper ese silencio, aunque solo sea para dejar constancia de que alguien, en algún momento, se negó a callar del todo. Porque cuando callamos y renunciamos a preguntar, alguien o algo —la inercia—  responderá por nosotros. 


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