La nostalgia como arma política

 


La nostalgia, ese anhelo por un pasado idealizado, ha sido un hilo conductor en la historia del pensamiento filosófico. Desde la Atlántida platónica hasta las utopías modernas, numerosos autores han proyectado en el pasado una edad dorada, un paraíso perdido o un estado primigenio de plenitud. 

Platón, en su diálogo Timeo y en El Político, evoca una edad mítica en la que los dioses gobernaban directamente sobre los hombres. Esta era dorada, marcada por la armonía y la abundancia, contrasta con el deterioro del mundo presente, atrapado en la decadencia material y moral. Para Platón, la nostalgia no es solo un lamento, sino una invitación a recuperar la verdad eterna de las Ideas. Su mito de la caverna refleja esta añoranza metafísica: el mundo sensible es una sombra de la realidad perfecta que alguna vez conocimos en el reino de las Formas. La filosofía, para Platón, es un retorno al origen, un esfuerzo por recordar lo que el alma olvidó al encarnarse.

Los frustrados y el paraíso perdido aparecen en la tradición judeocristiana, aunque no estrictamente filosófica, que impregnó el pensamiento occidental con la idea del Edén, un paraíso perdido por la desobediencia humana. Filósofos como Agustín de Hipona interiorizaron esta narrativa, viendo en la caída una ruptura ontológica entre el hombre y lo divino. Esta nostalgia del absoluto, del contacto directo con Dios, resuena en pensadores medievales y modernos que lamentan la fragmentación del mundo. La frustración no radica solo en la pérdida de un lugar físico, sino en la alienación espiritual: el hombre moderno, atrapado en un mundo secular, añora la unidad trascendente que imagina en el pasado.

Rousseau, en el siglo XVIII, dio un giro secular a la nostalgia con su concepto del "buen salvaje". En su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau idealiza al hombre primitivo, libre de las corrupciones de la civilización. Este estado de naturaleza, donde reinaban la igualdad y la simplicidad, se perdió con la aparición de la propiedad privada y las instituciones sociales. La nostalgia de Rousseau no es un deseo literal de volver a la selva, sino una crítica a la artificiosidad de la sociedad moderna "¿Qué es el hombre civilizado? Un esclavo", escribe. Su buen salvaje es una metáfora que desafía el progreso lineal y exalta la autenticidad perdida.

En el siglo XX, antropólogos y filósofos como Claude Lévi-Strauss y ciertos ecologistas radicales llevaron la nostalgia al Pleistoceno, idealizando las sociedades de cazadores-recolectores. Estas comunidades, según sus defensores, vivían en equilibrio con la naturaleza, sin jerarquías rígidas ni explotación. La nostalgia pleistocénica, aunque basada en datos arqueológicos, a menudo romantiza la precariedad de la vida prehistórica. Movimientos como el anarcoprimitivismo, inspirados en estas ideas, ven en la tecnología y la civilización la raíz de la alienación humana, proponiendo un retorno simbólico a modos de vida más "naturales".

Marx, aunque crítico de las idealizaciones románticas, no escapó del todo a la nostalgia. En textos como El Manifiesto Comunista describe una comunidad primitiva donde la propiedad privada y las clases sociales aún no existían. La aparición de la propiedad, según Marx, marcó el inicio de la alienación y la lucha de clases. Aunque su enfoque es materialista y dialéctico, hay un eco nostálgico en su visión de un comunismo futuro que, en cierto sentido, recupera la armonía perdida de la comunidad primigenia, pero en un nivel superior de desarrollo histórico. La nostalgia de Marx es teleológica: el pasado no es un destino, sino un espejo para imaginar el futuro.

Más allá de épocas específicas, algunos filósofos han añorado un absoluto metafísico o existencial. Martin Heidegger, por ejemplo, en su crítica a la modernidad, lamenta la pérdida del "Ser" en un mundo dominado por la técnica. Su nostalgia es ontológica: el hombre ha olvidado su relación originaria con el mundo, reemplazándola por una lógica instrumental. De manera similar, los existencialistas como Jean-Paul Sartre y Albert Camus enfrentan la nostalgia de un sentido trascendente en un universo absurdo, aunque rechazan refugiarse en ilusiones del pasado.

La nostalgia filosófica, aunque poderosa, no está exenta de críticas. Por un lado, es una herramienta para cuestionar el presente. Sin embargo, la idealización del pasado puede distorsionar la realidad. Las edades doradas suelen ser construcciones míticas que ignoran las complejidades históricas. El buen salvaje de Rousseau, por ejemplo, subestima la violencia de las sociedades preestatales, mientras que la nostalgia pleistocénica pasa por alto los avances médicos y sociales de la modernidad. La nostalgia puede alimentar visiones reaccionarias, aumenta el descontento y la indignación. Cuando el pasado se mitifica, el presente se devalúa, y el futuro se reduce a un esfuerzo por restaurar lo perdido. Esto puede llevar a posturas conservadoras o incluso totalitarias, como se vio en ciertos movimientos del siglo XX que romantizaban pasados nacionales o culturales.

Friedrich Nietzsche escribió que el peligro de la nostalgia radica en convertirse en una "melancolía estéril", había que aprovecharla para la acción. Estoy en absoluto desacuerdo: la nostalgia no compara el presente con el pasado, compara el presente con un ideal que nunca tuvo lugar, que nunca fue y nunca será. Esperemos. 

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