Los límites de nuestra realidad

 

Nuestra percepción de la realidad está inevitablemente moldeada por nuestras necesidades biológicas y cognitivas. No percibimos todo lo que existe, sino solo aquello que nos es útil para sobrevivir. La idea de que hay aspectos de “lo real” que desconocemos porque no los necesitamos recuerda a los parásitos que habitan en el interior de otros organismos. Estos seres no ven ni oyen, pues su existencia no depende de ello. Para ellos, el mundo visual y sonoro simplemente no existe. Si aplicamos este principio a nuestra propia percepción, surge una pregunta inquietante: ¿qué dimensiones de la realidad nos están vedadas por nuestra propia naturaleza? Creemos conocer el mundo porque interactuamos con él a través de los sentidos y la razón, pero nuestra experiencia es solo una fracción de lo posible. Otras especies perciben realidades distintas: los murciélagos se orientan con ecolocalización, las abejas ven colores que para nosotros son invisibles. Si nuestras limitaciones biológicas nos ocultan ciertos aspectos del mundo, ¿qué otros niveles de existencia podrían estar más allá de nuestra comprensión? Este pensamiento resuena en la historia del conocimiento humano. Durante siglos, creímos que la Tierra era el centro del universo, que la materia era continua, que el tiempo era absoluto. Solo cuando nuestras herramientas y teorías avanzaron descubrimos que la realidad es mucho más compleja. Sin embargo, siempre hay fronteras que no podemos traspasar, como si fuéramos prisioneros de nuestras propias capacidades perceptivas. Así, podríamos ser como esos parásitos que ignoran la luz y el sonido, pero en nuestra versión humana: atrapados en una visión limitada del mundo, convencidos de que lo que percibimos es todo lo que existe. Quizás la verdadera realidad sea infinitamente más vasta de lo que podemos imaginar.


Entradas populares