La literatura y los dioses, de Calasso

Es verdad que todo acaba en historia de la literatura. Hubo un tiempo en que los dioses no eran tan solo un hábito literario. Eran un acontecimiento, una aparición súbita, ideales para ventrílocuos. Reconocer a los amantes, rumor de fondo, una presencia que llena el mundo, profunda familiaridad, un desvelamiento a medias, misterioso y de extrema claridad. Con frecuencia solo existen en el papel, como alegorías morales, personificaciones, prosopopeyas y otras destrezas extraídas del arsenal de la retórica. A veces, son cifra secreta, como en los textos de los alquimistas. Otras, son mero pretexto lírico, sonoridad evocativa, psique poética. El ventrílocuo los concreta en su propio interés. Más que encontrarse, los dioses y los hombres buscan engañarse. La misma idea de que la mitología es algo que se inventa es ya una señal de presunción, como si el mito fuese un acto volitivo, cuando es, por el contrario, aquello que somete toda voluntad. Entre las ideas que han tenido enormes consecuencias, muchas veces catastróficas, destaca la de la comunidad buena, en la que existen fuertes vínculos de solidaridad entre los individuos y en la que todo se funda sobre un sentir común, aunque solo sea una mera asociación criminal. La comunidad, siempre la comunidad. Una vez instaurada, tal comunidad no puede sino conducir a resultados distintos con respecto a cualquier intención originaria. Era preciso realizar un gesto de apropiación, por el cual toda la mitología quedaba bruscamente incorporada a la poesía. Los dioses ya no serían material inerte, extraído del almacén de la retórica, utilizable sobre todo para los atavíos y fastos neoclásicos, sino la propia fuente de la sustancia literaria. Se sustenta sobre el principio de someterlo todo al sarcasmo. El satanismo romántico tenía un punto débil, su timidez. Allí donde no existen los dioses reinan los fantasmas. Ha cantado el mal solo para oprimir al lector y hacerle desear el bien como remedio. El procedimiento esencial es ahora el plagio. O, para ser más exactos, el plagio como inversión y desorden de los términos. Escoge pasajes de los grandes clásicos y enuncia como afirmación aquello que era negación. Se puede ser justo si no se es humano. Un reposado delirio de autista. La soledad debe ser total, estruendosa y capaz de expandirse indefinidamente. No ve en el mundo otra cosa que él mismo. Si los dioses ya no hacen nada inconveniente, significa que han dejado de ser dioses. En la poesía las palabra se reflejan unas sobre otras hasta perder su color propio para no ser más que las transiciones de una gama. La forma llamada verso es, sencillamente, y por sí misma, la literatura: hay verso en cuanto se acentúa la dicción y el ritmo, desde que hay estilo. El verso libre es polimorfismo.  El texto en prosa tiene un vicio: es al mismo tiempo lírico y prolijo. Los versos, en cambio, son sobrios y lacónicos. Así los hombres piensan que deben hacer lo mismo que hacen los dioses. Hasta el mundo mismo puede considerarse un mito. Lo religioso es lo social. Las fórmulas matemáticas constituyen un mundo aparte, y juegan solo con sí mismas, un onanismo lúdico. Un escritor es solo aquel que se ha dejado entusiasmar por el lenguaje. El instinto esencial del hombre es el de formar metáforas. Los conceptos son metáforas rígidas y descoloridas por el uso. Todos los conocimientos son formas de la simulación.

 

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