Espejo negro: cónclave de taciturnos

 


La soledad diluye la identidad: uno descansa de su modo de ser, como si se mirara en un espejo negro.  Llena cuando sabemos su fecha de caducidad. Traspasado el límite ya no hay conciencia. Es más fácil crear un mundo que habitarlo. El deseo es ruidoso. Al ser mimetico, se llena de lo que desean los otros. Estar deprimido es no tener deseos, no querer ser nadie y menos uno mismo. No sé si es posible vivir sin el rencor del que va a ser expulsado. Las múltiples voces deseantes se amortiguan en soledad, hasta apagarse en una suave conversación monologada. Hasta deseamos la autosuficiencia del eremita silencioso. Hay compañías que lesionan. Pero el espejo negro no nos provee de deseos, de ruidos, sino de silencio estéril. Lo peor son las compañías que incrementan la soledad. Benito de Nursia, que se hartó de soledad eremítica, dio con la solución y terminó formulando la regla monástica: un cónclave de taciturnos. Dejar de envidiar lo que no envidiamos.

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