Música atonal




Es difícil no asistir, cuando se trata sobre ellas, al eterno debate entre la popularidad de la tonalidad y la impopularidad de la atonalidad. Habitualmente se mezclan conceptos y se confunde la atonalidad con el serialismo y otros disparates. A Schoenberg le tocó ser el gran perdedor, una figura controvertida que generó muchos odios y algunos aplausos. Los primeros porque no lo entendieron; los segundos porque sí. Influyeron mucho sus maneras de estar. Imagino que su pose vanidosa no le benefició: "Si es arte, no es arte para todos; si es arte para todos, no es arte". Las posiciones elitistas no son populares; la mediocridad no es elitista. Creo que es difícil separar la creación artística con la emoción divina y la sensación, efímera, de omnipotencia. El artista cuando crea se cree Dios y, por tanto, siempre es disculpable su prepotencia y su soberbia cuando tiene que mirar a los ojos a la plebe. Eso se compensa con largos periodos de oscuridad creativa, cuando será el más miserable de los hombres, dudará de sí mismo y reclamará sus derechos de reconocimiento, como le ocurrió en el supuesto plagio de Thomas Mann en Doktor Faustus. Todos valemos lo mismo, aunque no para lo mismo. La mediocridad no es un defecto, sino una peculiaridad estadística de la función normal, y quien no es mediocre en algo lo es en lo otro. Todos contentos. Schoenberg componía compulsivamente. Si no acababa la obra durante los días de inspiración, la dejaba inacabada, y en caso de verse forzado a finalizar, los resultados eran deplorables. Qué diferencia con el artista que sabe ejercer su profesión  y adapta su obra a la demanda popular. Tiene un horario de oficinista y no necesita la inspiración: tiene oficio. La música pop es la plasmación de lo que ocurre cuando se deja al arte fluir bajo el democrático gusto popular y la oligopólica industria musical: el resultado es el bodrio. Los primeros, por una perezosa falta de criterio profundo y los segundos porque la producción de churros en serie es fácil y barata, solo tienen que invertir en publicidad. La tonalidad me recuerda a la rima consonante, a los relatos con finales cerrados y a los cuentos con moraleja. Nada malo en ellos. La emancipación de la disonancia, a lo Tarkovski en el cine, implica una necesaria libertad a los sonidos, que ya no tienen la obligación de ser resueltos. Pero lo más importante es el nuevo protagonismo del colorido tímbrico y la textura, capaces de crear una atmósfera donde fluya la conciencia, muchas veces de manera angustiosa. Se deja de mirar a la materia y pasamos a observar lo oculto. Para ello es necesario la utilización de grandes orquestaciones, con muchos instrumentos y una hábil mezcla del conjunto. La atmósfera, creo, debe tener un sentido unitario, aunque oculto y nunca debe caer en la tentación de lo aleatorio, principal gran defecto de las malas obras atonales. El fluir de la conciencia en la contemplación de lo oculto, procura muchas respuestas que van depositándose en el inconsciente, con efectos terapéuticos para el alma, como una meditación regada de detalles estéticos; ya sabes que yo creo en la unidad de la ética, la estética y la verdad. El espíritu, como escribió sabiamente Jung, crea espontáneamente imágenes de contenido religioso, es decir, imágenes subjetivas acerca de la totalidad, de lo objetivo, como tensión inmensa entre lo cotidiano y lo onírico, y oscila entre lo edénico y lo angustioso, entre lo lúdico y lo tenebroso y, por tanto, no te extrañará nada que Friedrich Cerha, cuya excelente música estamos escuchando ahora, diga que la inspiración le viene por la mañana, justo antes de estar completamente despierto.

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