Lejos de mí

 



Estamos hechos de la misma materia que los sueños. ¿Quién dijo semejante verdad? Chang Tzu, Shakespeare, Calderón de la Barca. Basta soñar para vivir. No es necesaria la materia, esa alegoría tan perfecta. Como todo estudioso que investiga lo real, a Clément Rosset lo investigado se le disuelve entre los dedos: la pretensión de conocerse a uno mismo es infructuosa. Mi identidad es apócrifa, impostada, una suma de confusiones y malentendidos. Solo mi reflejo en la mirada del otro aporta solidez a mi identidad líquida. Lo que creo que el otro cree que soy: eso soy. Hasta que me encuentro con otro otro. Ahí mi identidad cambia. Homer creía que el trabajo era su identidad. Esto me hace sospechar de que, en realidad, estoy rodeado de Homer Simpson. La identidad personal se resquebraja ante el mínimo contacto social. Nuestra identidad sólida, nuestra personalidad imponente se camufla entonces, camaleónica identidad adaptativa al entorno. Como el agua líquida, va rellenando los huecos ante el peso de la gravedad. Si uno ve algo y los demás no, uno está loco. Uno siempre duda de sí mismo. Para los demás, soy lo que digo y hago, no lo que pienso y callo. Todos estamos al borde del yo, ese intervalo que, según Pessoa, vive entre mis yoes. Encontrarse a uno mismo es contemplar ese hueco. Conocer bien a alguien es conocer su carácter repetitivo ante determinadas circunstancias.  Cuando estas son extrañas, salta la sorpresa. La identidad es prestada a través de la mímesis. Copio a los autores que leo, pero no todo ni a todos. Mi creación es la selección y cierta modificación de descontextualización, apropiación de concepciones ajenas, pero digeridas por mí. Estar solo significa no tener identidad social, ser nadie, ni amado ni echado en falta. La verdad suele ser una consecuencia del error. La introspección, una forma de narcisismo. Vengo de no sé dónde; soy no sé quién; voy a no sé dónde; moriré no sé cuándo: me apetece un helado.

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