El orden al pasar
Unas palomas levantan el vuelo en una húmeda, fría y grisácea callejuela. Un hombre camina pensativo con la mirada perdida en el mugriento adoquinado y va a cruzarse con otro hombre mayor desconocido. Se miran a lo lejos, estudian su apariencia. Pero ambos evitan hacerlo mientras se cruzan. Fijan su vista en el suelo, vergonzosamente. Hubiera sido retador y ofensivo en la ciudad. En el campo, se habrían saludado.
No hay hechos, solo interpretaciones, escribió Nietzsche. Si todo es interpreración, ¿qué es lo que se interpreta? La realidad, dirán algunos. ¿Y si no hubiera nada que interpretar sino solo la propia interpretación? La interpretación se encontraría ante la obligación de interpretarse a sí misma infinitamente.
Es la imaginación la que tiene sus reglas, sus errores, sus anhelos y sus presunciones. Impide percibir directamente las relaciones y diferencias, para luego restituir y tomarse muy en serio el orden aparente en el pasar.