Sísifo



El gran problema del hombre es confundir el misterio con el absurdo. El absurdo es desesperanzado, pero siempre provisional. El punto de partida de Camus fue el absurdo, aunque él mismo reconociera que siempre es fácil ser lógico, y casi imposible ser lógico a fondo. La lógica de lo penúltimo nunca desemboca en lo último. Por eso es absurdo comenzar a pensar sobre un campo minado: lo real siempre acaba en metáfora. No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, apura el recurso hacedero, le dijo Píndaro, intentando levantarle de la Caída y de la náusea de un autor de sus días. A pesar de la nostalgia, oscilaba entre el deseo de estar muerto y una repugnancia ante la frontera. Gracias a él, de mí dicen que soy una caricatura del absurdo. Vamos a ver: estoy muy hastiado por dar tantas explicaciones. Sí, siempre aparezco empujando una enorme roca. ¿Y qué? Recuerdo que un día vino a verme un individuo cansado, como Camus; lo sé porque se compadecía de mi triste destino, aunque en realidad sospecho que lo hacía de sí mismo. ¡Qué tontería más grande!, le dije, como si hubiese leído su pensamiento. Lo que pasa es que la gente cree ciegamente en el progreso, tanto el social como el personal. Bueno, me contestó, es que da la sensación de que está realizando un gran esfuerzo por llevar la piedra a la cima. ¿Y para qué querría yo llevar la piedra a la cima? Pues no lo sé, a lo mejor busca cumplir con su destino, con su objetivo en la vida, con sus deseos. ¿No tiene un motivo? No sea ingenuo, muchacho. ¿Yo? ¿Por qué? Yo no quiero subir nada a la cima. La cima es un lugar triste y solitario, hace frío y además tengo vértigo; ni siquiera queda la esperanza en llegar más alto. Entonces, ¿para qué empuja la piedra? ¿Es que no lo ve? ¿Qué tal si le digo que si no la sujetara, se me caería encima? ¿Se encontraría mejor?

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