La buena lectura

 


Paso mucho tiempo leyendo libros, casi todos antiguos, y conforme van pasando los años voy viviendo de manera más y más aislada. Vivo con menos ansiedad, sí, excepto cuando me entran ataques de dinamismo, unos cambios mentales súbitos e incontrolados donde aborrezco temporalmente la quietud que amo y me convierto en el lobo estepario de Herman Hesse, ávido de un vitalismo adolescente ya prohibido. En momentos así, amigos como Papini, Pessoa, Montaigne o Dostoyevski son imprescindibles para situarme de nuevo y evitar sufrir más de lo necesario. En esos trágicos momentos, me olvido de que mi curiosidad se enciende fácilmente con un simple gesto: bajar un libro de Papini de la estantería de mi biblioteca. Reconozco que no soy más libre desde que la ambición murió; a veces resucita y me esclaviza; no puedo controlar su aparición funesta. Mi única ambición es ser un buen lector: uno que, cuando lea, solo quiera escribir.

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