El espejo
Se despierta y no soy yo, es otro, entre el horror vacui y la verdad a medias. Descubre la revelación del mundo y se siente decepcionado. Le faltan cosas. Se toca la nariz y me dice que, cuando ya no haya nada que decir, hay que evitar ser ingenioso y mucho menos volverse irónico. La ironía es vanidosa y molesta. Me acusa de ser una ficción. Ahora duda de su presente algo menos de lo que duda de mis recuerdos. No sabe si todo es falso, pero sí que todo a través de mí se falsifica. Excepto el sufrimiento, le digo. Cualquier atisbo de sentido lo toma por cantos de sirena. Ya no se fía de mi lucidez. Se para un momento y continúa: Distingo el mal solo porque no puedes ridiculizarlo. ¿Qué temes, sabiendo que eres mortal?, le pregunto. Temo la comparación contigo.