Teoría de la élites
El postulado básico de la teoría de las élites es que existe un elemento constante a lo largo de la historia: el dominio de la mayoría por parte de la minoría. Creer que en las democracias manda el pueblo es una quimera. Además, es mejor que sea así. «La historia es un cementerio de élites», afirma Pareto. Pero las minorías, por el hecho de serlo, no se convierten en élite. En España nos gobierna una minoría inepta sin escrúpulos. Está en el poder porque no tiene escrúpulos, si no no gobernaría. La política juega con las diferentes fracciones y grupos sociales que tratan de monopolizar el poder. Precisamente, los que buscan la igualdad en el tener (lucha de clases) nunca han propugnado la distribución igualitaria del poder político (monopolio de su élite). Han querido configurar una supuesta élite voluntariosa y paternalista cuyo afán de dominio ha colapsado siempre. La sugerencia implícita de los elitistas no fue el de la adhesión al régimen fascista, sino el de la preponderancia del componente liberal sobre el etimológicamente democrático. Pareto piensa que la conducta humana se guía básicamente por los sentimientos y los instintos, alejándose de la acción racional. Lo que sí hace el hombres es excusarse lógicamente, tratando de armar una apariencia lógica a conductas que no lo son: «El hombre posee una tendencia tan fuerte a añadir desarrollos lógicos a las acciones no lógicas, que todo le sirve de pretexto para esta ocupación». El principio de soberanía y legitimación de las clases dirigentes se sustenta en excusas teológicas, metafísicas o populistas. Esta ultima es la democracia oclocrática. Los ideales del consenso pluralista nunca han triunfado. En Los partidos políticos, Robert Michels explica la ley de hierro de las oligarquías, es decir, que no es posible el triunfo de la democracia como forma de gestión política: «Toda configuración partidaria representa un poder oligárquico». En toda organización surgen dinámicas de jerarquía y burocracia, algo incompatible con una toma de decisiones de carácter democrático. Grupos cada vez más cerrados en sí mismos y que buscan satisfacer sus propios intereses. Los verdaderos pardillos de esta situación son los militantes de estos partidos, auténticos pagafantas, tontos útiles, pues terminan defendiendo los intereses de una oligarquía que solo sabe mirarse al ombligo y que ignora, por supuesto, el interés de sus afiliados. Solo comparten el odio al partido rival y eso los alimenta y nutre, no necesitan más.