Breve comentario a "Los fascismos"
El fascismo es antiintelectualista por definición. La abusiva generalización y manoseo contemporáneo del uso de este concepto por parte de la izquierda añade mayor antiintelectualismo a sus falacias ad hominem. El fascismo, además de contrario al socialismo, es también —y esto no es tan conocido— profundamente antiliberal porque reivindica la organicidad del todo, la superioridad del Estado, de la nación, de la raza, sobre los individuos, relegados y subordinados a la totalidad.
El liberalismo es todo lo contrario. Estima que el Estado es una construcción levantada con la finalidad de ser útil, por seguridad o justicia, a los individuos; que los derechos humanos son anteriores y superiores al Estado, y que definir el bien común debe discutirse y consensuarse al menos mínimamente y aceptando siempre el pluralismo de formas de vida y concepciones del bien. Los fascismos, sin embargo, no pueden aceptar que el bien común y el interés general estén subordinados a un proceso de discusión plural e incierto. Para ellos, la verdad no se discute, la verdad se impone. Por tanto, el fascismo es también antiparlamentarista.
¿Quién decide entonces lo que hay que hacer? El líder carismático, así de simple. Pues sin verdad única, sin memoria histórica, sin ministerio de la verdad, no hay unidad de voluntad ni de acción colectiva. Qué curioso, esto es exactamente lo mismo que acontece en el comunismo. «Cuando las masas son cera entre mis manos... me siento como parte de ellas» afirmaba Mussolini, pero «persiste en mí cierto sentimiento de aversión, como la que siente el escultor por la arcilla que está moldeando (...) la multitud adora a los hombres fuertes. La multitud es como una mujer».
Por supuesto, la idea liberal de tolerancia es ajena a estos sistemas totalitarios: «Una ideología que irrumpe —decía Hitler— tiene que ser intolerante y no podrá reducirse a jugar un papel de un simple partido junto a otros, sino que exigirá que se la reconozca como exclusiva y única (...). Esta intolerancia es propia de las religiones».
Este totalitarismo e intervencionismo estatal es algo, naturalmente, ajeno al laissez faire liberal, donde el poder político es un mal necesario, de ahí el interés por limitarlo, frenarlo, imponerle contrapesos y división de poderes, algo ajeno a los fascismos, comunismos y fundamentalismos democráticos.
Aparentemente, donde se encuentra la principal diferencia entre el fascismo y el socialismo es en el igualitarismo. Pero esto es muy engañoso. ¿No hay también jerarquía desigualitaria de poder y falta de equidad material en el comunismo? Por supuesto. La única diferencia estriba en que el comunismo lo oculta, es más hipócrita. Pero también hay hipocresía en los fascismos, al aceptar la desigualdad social y política, justa e inevitable, y rechazar, sin embargo, sus consecuencias, como el pluralismo, el conflicto y el debate interno.
["Los fascismos" es un ensayo de Rafael del Águila, incluido en el tomo V de Historia de la Teoría Política, de Fernando Vallespín].