Zambrano

 


La poeta nos habla de la relación entre filosofía y poesía, desde la «razón vital» de Ortega. Con su «razón poética» quiere abarcar la rebeldía humana, la ebriedad del rito, los destellos del misterio, la disposición a alimentarse del secreto, la voz y la palabra músical, la que vence al silencio mucho antes de la aparición irreal del logos ausente. El asombro es un efecto de la sombra, que causa pasmo, terror y espanto, pero también admiración y deslumbramiento. La noche espera con la ilusión de entrar en un lugar secreto, de donde bruscamente nos han despertado, para escapar de la violencia del presente, que siempre juzga sin pruebas. La filosofía busca y encuentra la incoherencia y el nulo basamento de lo existente. La poesía trabaja para que todo lo que hay y lo que no hay la conmueva. Arrojar al ángel a los infiernos y los demonios a los cielos. El afán de saber lo que rebasa al ser; intentar crear lo que nunca será, la palabra irracional, umbría de la sombra iluminadora. Sumida en la oscuridad, en el delirio o en el éxtasis, recibe una luz, un sentido con cinco minutos de vigencia, entre tinieblas. Para la poesía nada es problemático, sino que se abraza al fracaso, se hunde en él y hasta se identifica con él, en una danza festiva donde el derviche alcanza una unión primordial siempre efímera.

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