Escéptico

La Filosofía, como guardián de la racionalidad, es escéptica. Los escépticos no son ni sabios, ni ignorantes, ni felices: sólo saben que las verdades son creencias, y unas nos persuaden más que otras, como me recuerda Sexto Empírico. Este libro es otro bobo intento de caricaturizar la filosofía antigua y así hacerla masticable para los del chicle del crecimiento personal. Poco recomendable.



Aunque los sofistas amaban la Verdad inalcanzable, se contentaban con la polémica o con la duda. Se enfrentaban a las leyes porque conocían su procedencia siempre ilegítima e injusta. Sócrates, en cambio, con su obediencia a las leyes, paradójicamente, se olvida de la justicia o la legitimidad que él decía contemplar desde fuera de la caverna. Fue él quien admitió de facto que el hombre era la medida legal. 

Por eso, entre otras cosas, tomó la cicuta. O quizá la tomó porque estaba cansado de vivir y porque no quería pasar el resto de su vida huyendo fuera de su patria. Su respeto a las injustas leyes vigente fuese quizás su último acto irónico.

—Solo el saber puede conducir a la virtud —dice Sócrates. 

—Eso sería así si el ser humano hubiera alcanzado de manera absoluta el saber y la razón, si no se le hubiera escapado nada —le responde Protágoras—. Siempre se escapa algo. Un algo que desvirtúa el todo. 

Por ello, el principio de no contradicción inmerso dentro del marco teórico y contextual del grupo es la medida de todas las cosas.

Sorprende por lo tanto que Sócrates recurra al argumento ad hominen para desacreditar a los sofistas asimilándoles con charlatanes y prostitutos del alma.

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