Del cielo al cieno
Estoy sentado en el que era mi rincón preferido, un lugar donde siempre he estado, al menos, en espíritu. Desde hace cuatro días ese rincón ha traspasado las fronteras y ahora se encuentra al otro lado, en el infierno más absoluto. ¿Lo esencial? Una sutil rinitis ha transformado el optimismo en negrura. La alegría de las horas de lectura han sido sustituidas por una mano negra en una continua sensación de ahogo, de una torturante proximidad a la anoxia. Ya no veo el sol naciente, ni la casa, ni el jardín, solo quiero escapar de una mente que no es la mía, que ha sido secuestrada por otra identidad nefasta. Los libros, la música, el café, todo se vuelve insípido y, en mi desesperación agonizante, echo de menos incluso al vacío y al tedio. Me pregunto cuándo regresaré al discurso propio. Todo es posible, pero ahora lo único que puedo hacer es levantarme y caminar. Es lo único que me calma. Soy incapaz de leer, de escuchar música o de ver una película. Todo me pone nervioso. Me he quedado sin contenido. Solo me envuelve una carcasa llena de inquietud. Ya basta, ya es suficiente. No puedo cambiar de cuerpo, tampoco de conversación, solo pienso en largarme. Me iría, pero me quedo: la mejor forma de irse es quedarse y expulsar al inquilino impostor. La escritura mo me sacará del pozo, dentro de este contexto pringado. Espero el simple paso del tiempo, ahora enfangado. Ni me relajo, ni me distraigo, ni me olvido. Tan solo la oportuna entrada de un WhatsApp consigue apartarme del cieno.