La enorme condescendencia de la posteridad

 


Dice Montaigne que el filósofo Crisipo mezclaba en sus libros no solo párrafos, sino obras enteras de otros autores. También me recuerda que Apolodoro reconocía que si alguien eliminara de sus textos lo que le era ajeno, sus papeles quedarían en blanco. Yo tampoco puedo contar mi vida por mis actos, sino por mis pensamientos, la mayoría, si no todos, leídos y oídos de los demás. Siempre hay algo que va mal y como soy filósofo y no mago, si me lastiman, suelo sufrir apesadumbradamente las consecuencias. Por eso, como decía Montaigne, me contento con no agobiarme, pues odiosa se me presenta siempre la preocupación y el esfuerzo no solicitados. La ignorancia y la dejadez la compenso disfrutando del estudio de la historia y de la filosofía. Montaigne no disfrutaba de ningún placer si no lo comunicaba. Por ello, quizás, escribía desde la soledad de su torreón, porque con todo más vale estar solo que en compañía tediosa. Escribir tiene la ventaja de comunicar las cosas a una compañía de momento ausente y, por tanto, no tediosa ni impertinente. 

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