Melancolía y utopía

 


Me detengo de pronto y caigo en la cuenta de que la ciencia tiene la pretensión de ser una cuestión de hecho. Mientras lo escribo en mi libreta de apuntes, me percato de que cada moral tiene la pretensión de ser universal, aunque termine siendo una simple cuestión de preferencias valorativas dentro de un grupo. Sigo recibiendo esta avalancha de ideas y anoto que la religión, a su vez, tiene la pretensión de ser una cuestión de sentido. De modo que rebajo mis pretensiones y garabateo: son simples cosmovisiones, meras interpretaciones generales de lo que es el mundo. 

Comienza a caer la lluvia, pero antes de abrir el paraguas apunto que la revolución ha demostrado ser el paréntesis violento entre dos abusos no necesariamete violentos, un mero cambio de personal, que diría Josep Pla. Hay quien teme que el liberalismo del fin de la historia sea la única alternativa posible, y que acabe desdibujando todo el pensamiento utópico, tachando de irreal lo que, por definición, no está en ninguna parte, y bendiciendo un pensamiento que se presenta a sí mismo como el único discurso sensato y realista. El liberalismo es para ellos una ideología, a fin de cuentas, encubridora del actual statu quo. Creen que la política se envilece cuando se presenta como mero arte de lo posible. 

Una gota de lluvia emborrona una hoja de mi libreta, difuminando la palabra sentido, pero yo sigo escribiendo: la nostalgia de absoluto impregna el estado emocional de los herederos del marxismo. Una melancolía propia del romanticismo y sublimada por un impulso utópico. Abro por fin el paraguas, ya no puedo seguir escribiendo, pero anoto mentalmente: son evidentes las tensiones religiosas presentes en el utopismo y cómo se trasladan a la cosmovisión supuestamente laica de las izquierdas. La religión propone ideales humanos que los hombres comunes no pueden cumplir. Nadie pone la otra mejilla, nadie desea, porque no es posible, desear no desear. No existe una sociedad compuesta de hombres nuevos porque estos no nacen ni se hacen. Salvo los santos y los locos, nadie es capaz de renunciar a los fines humanos ordinarios. Menos mal. La religión no asume las miserias humanas y no reconoce las limitaciones. La religión, si se mezcla con los asuntos mundanos, pretende sustituir la realidad ordinaria por una glorificación perturbadora.

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