Diada ad nauseam
En mi deambular por los itinerarios imprecisos, el panorama humano me parece —y me incluyo— cada vez más ridículo. Las coordenadas que sustentan la vida de la mayoría de personas se basan en el rumor del narcisismo inmerso en el paisaje de la propia importancia, la nostalgia de una perfección inalcanzable y el disimulo de todo atisbo de infelicidad que no produzca réditos victimistas. En la foto veo todo este proceso. Observo a un individuo comiendo hierba, quizás acomplejado, resentido y a veces angustiado. Tiene baja autoestima, pero se siente merecedor de un trato especial. Este conflicto entre el victimismo y las fantasías de grandiosidad es lo que les lleva a refugiarse en el orgullo colectivo, un motivo de reafirmación a través del narcisismo de los suyos, de su tribu, de su rebaño. Y todo ello bien arropado por el cálido manto de la ignorancia. Decía Gustavo Bueno que los catalanes que celebran la Diada olvidan que la Barcelona enfrentada a Felipe V aclamaba al archiduque Carlos como rey de España. Cada vez menos, les da igual la excusa, lo importante es odiar, eso sí, bien juntitos.