Una libertad tutelada
La libertad es poder hacer lo que uno quiera, siempre que pueda y deba. Da igual de dónde provenga nuestro querer: de causas externas al yo —determinismo— o de sus propias dinámicas internas —libre albedrío—. Solo Dios, como definición conceptual, es omnipotente. Los humanos, sin embargo, a veces no podemos aunque queramos. Las leyes naturales, las físicas, nos impiden volar por nuestros propios medios o correr a cien kilómetros por hora. Nuestra situación económica nos impide adquirir algunos bienes o servicios. Soportamos la coacción de los otros hombres: la del más fuerte que nos domina, pero también la de la unión de los débiles o la del propio Estado. Aun queriendo y pudiendo, hay ocasiones en que no debemos hacer determinadas cosas. Las leyes legítimas, las costumbres aceptadas o la propia conciencia (el superyó) limitan nuestra libertad. En conclusión, somos responsables por la sencilla razón de que somos libres. Por eso, cuando el Estado legisla con la intención de limitar la libertad individual para así salvar a los ciudadanos de las consecuencias de sus propias decisiones individuales no hace otra cosa que poner en marcha una estrategia totalitaria de dominación "por nuestro bien". Pero el Estado no es nuestro padre. Decía Ciceron que la libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tener ninguno. Nadie tiene potestad para decidir lo que es bueno o malo para mí. Es cierto que la libertad necesita de las restricciones, por eso las prohibiciones solo son necesarias si aumentan y protegen la libertad de todos. Las normas de tráfico son un perfecto ejemplo. Pero incluso aquí hemos transigido demasiado, aceptando que nos obliguen a poner el casco o el cinturón de seguridad. Está muy bien que lo aconsejen, pero nada más. También hemos transigido en lo que respecta a las drogas, que deberían poder comprarse libremente en las farmacias, puras y con prospecto informativo. Sin embargo, esta izquierda puritana quiere limitar la libertad de las mujeres y de los hombres poniendo excusas variadas como la esclavitud, la trata o los abusos, que nadie duda de que deben ser perseguidos.
—En realidad —me dice el camarero—, piensan que las pobres son seres indefensos que no saben manejar sus vidas. No, hija, eso no se hace. Puedes dedicarte a masajear espaldas, limpiar culos, cortar uñas, rasurar pelo, extirpar tumores, inspeccionar úteros, pero eso de manipular cipotes no, hija, no.
La historia de la libertad es la lucha por poner limites a las arbitrariedades del Estado.