Las edades del hombre

Muchos añoran el espíritu joven cuando lo que verdaderamente envidian es el cuerpo joven. Porque lo bueno de la juventud no es el espíritu sino el cuerpo. Decía Mateo Alemán que la juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu. Sí, añado yo, un estado estúpido. Balzac decía que el anciano es un hombre que ya ha comido y que observa cómo comen los demás. Algunos se toman pastillitas azules para aumentar el apetito. La mirada es más libre y la vista más amplia y serena. Cada edad tiene sus placeres y sus costumbres. Quizá. El que larga vida tiene mucho mal ha de pasar, escribe Cervantes. Por eso no quiero ser inmortal. La juventud sabe muy bien lo que no quiere, y, cuando quiere, quiere más de lo que puede y debe. El viejo entiende algo mejor que el joven, o sea, poca cosa. Aunque no lo parezca, el viejo sigue en Babia, tan solo es más prudente y contiene el temperamento. Ello no siempre es bueno. Los viejos desconfían de la juventud por una simple razón: también han sido jóvenes. Salvo esto, la sabiduría de la vejez es un mito. El buen viejo ha descubierto que el secreto de la vida está escrito en un idioma extrañísimo. Pero nunca cesan las esperanzas. Las mundanas se cambian por las esperanzas religiosas. Sócrates, según Platón y Jenofonte, planteó muy bien el arte de envejecer: aprovechó la condena para evitar la vejez, regateándola, conservando la esperanza, la verdadera, la que se espera tras la muerte. Hay algo que añade ridiculez al hecho de envejecer: querer continuar en la adolescencia. Es terrible seguir sintiéndote joven. Le pasa a algunos hiperactivos, como Trotsky, que dicen que de todas las cosas que les pasan a las personas, la vejez es la más inesperada. Tocqueville los describe como los de la «infancia permanente» en La Democracia en América, los que precisan de un estado que les proteja de su libertad, les garantice el bienestar, su seguridad, sus necesidades y así evitarles la preocupación de pensar y el problema de vivir. Lleva razón Schopenhauer: los primeros años proporcionan el texto; los últimos, los comentarios.




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