Racionalidad, legitimidad y desobediencia civil

Escribe Juan Antonio Rivera en Revista de Libros:


"Hay un intelectualismo semántico, en el que se afirma que para usar una palabra correctamente hay que conocer previamente su significado. Parece que el Sócrates histórico era un intelectualista semántico a juzgar por su manía contumaz e impertinente de pedir definiciones de las palabras a quienes las usaban y de este modo calibrar si sabían de qué estaban hablando. Hay un intelectualismo moral, como el de Platón o el Sócrates platónico, que defendían que para obrar el bien hay que conocer con antelación la idea de bien, y es la ignorancia de esta idea la que nos conduce a hacer el mal. Hay un intelectualismo económico, según el cual hay que planificar de antemano qué producir, cuánto producir, cómo hacerlo y para quién antes de dejar fluir la economía de un país. Y hay un intelectualismo político, en el que se mantiene que hay que levantar teóricamente los planos de una sociedad ideal como paso previo a edificarla y habitar en ella. Los socialistas utópicos, herederos espirituales de la Ilustración, eran intelectualistas políticos y creyeron que se podía construir científicamente y desde cero una sociedad perfecta haciendo uso de la racionalidad. Pero querer aplicar la razón humana individual al manejo de órdenes tan complejos es encomendarla empresas que exceden con mucho sus capacidades. Ese tipo de tareas las llevan a cabo mejor la inteligencia evolutiva y la colectiva, y además con un ahorro considerable en vidas y libertades individuales, según han puesto de relieve los intentos a gran escala, habidos en el siglo XX, de construir sociedades racionalmente proyectadas. (...) una vez que los avances en libertades y derechos humanos se verifican y resultan culturalmente seleccionados, quedan poco a poco sumergidos en el inconsciente colectivo y no se vuelve a pensar más en ellos, sino que se convierten en costumbre y ademán. Con esto alcanzan un vigor normativo que constituye el más alto grado de legitimidad a que pueden aspirar" (Rivera, Juan Antonio. Publicado el 9 de marzo de 2022 en Revista de Libros. https://www.revistadelibros.com/la-racionalidad-esta-sobrevalorada/).


Acierta al desligar el concepto de legitimidad de una especie de idealismo metafísico o religioso, que solo se supera con pragmatismo; si no, se convierte en un concurso de ficciones, como la idea del Leviatán, el contrato social o la voluntad general. Ante la ausencia de Verdad aprehensible, no hay más remedio que conseguir un consenso en la esfera pública, y alejarse de las arbitrariedades autoritarias o de la mera moda voluble. En la democracia liberal, lo legal es lo legítimo. Por eso, siempre que alguien apele a la legitimidad, lo hará con intención deslegitimadora. Así, por ejemplo, quien apele a una verdad absoluta, ya sea la Justicia, la verdad divina, los derechos naturales o la justicia social no hace sino demagogia, porque cuando algo se compara con el ideal, siempre sale perdiendo. Lo mismo ocurre cuando se apela a una razón omnipotente. 


La desobediencia civil es otro conflicto religioso, metafísico y godeliano; porque siempre notaremos la injusticia en todo lo que se compare con un ideal inalcanzable que parece asequible. La díada legalidad-legitimidad siempre estará ahí contaminando la realidad de impurezas que proceden de la pureza ideal, inmaculada y celestial. Siempre habrá motivos de indignación para el ansioso idealista utópico. Incumplir la ley no es un derecho legítimo a eludir la ley ilegítima, es arriesgarse a ser sancionado con la esperanza de llegar a ser un ejemplo que modifique la moralidad reinante que conlleve a cambiar la ley. Al afirmar que tal ley es injusta, no pretenden afirmar que no existe, sino que no debe existir.


Soloviev, un escritor y pensador ruso, filósofo de cabecera de Putin, como cualquier profeta (siempre meros ventrílocuos de Dios o de la Verdad), lo intenta con su Anticristo y promete todo lo que Occidente desea (paz, progreso, bienestar y pluralismo) exigiendo un solo pago: separarnos de la Verdad. Una verdad en cuyo nombre se ha matado a más personas que por la mera codicia.





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