Los azares de los zares

Escribe Julio Aramberri: "Los azares o, para quien se quiera hegeliano, las ironías de la historia convirtieron en enemigos encarnizados a los comunistas de Stalin y a los totalitarios fascistas y nazis. Sin duda, divergían en sus raíces ideológicas, pero no en sus objetivos ni en sus métodos de dominación. Basta con recordar la facilidad con la que se forjó el pacto Ribbentrop-Molotov en 1939. Fueron esos mismos azares, no tanto ideológicos cuanto nacionalistas, los que les llevarían después al enfrentamiento en el campo de batalla y fundarían la exitosa patraña de una incompatibilidad radical entre ambos totalitarismos".

El totalitario intenta justificar sus ansias de poder expandiendo una fe en la capacidad del gran hombre o líder —el santócrata— para forjar una nueva era que imponga el orden y la razón por medio de un autoritarismo benevolente con la generalidad de los seres humanos, incapaces de gobernarse a sí mismos. Ve el egoísmo del capitalismo, pero no el egoísmo del que se disfraza de santo, simple dirigente ventrílocuo del pueblo. No ve que solo es un autoritarismo arbitrario mesiánico que domina en la esfera pública y en la privada, sin ninguna necesidad de consenso. No ve un régimen caracterizado por la concentración, no solo de la autoridad legal, sino también del poder real e ideológico. No ve un régimen de partido de masas único (con o sin comparsas), dirigido por un dictador y basado en el culto a la personalidad. No ve un sistema de terror reforzado por la policía secreta, por la delación o el control absoluto sobre los medios de comunicación de masas. Carl Schmitt lo justificaba a partir de una previa enmienda a la totalidad que solo dejaba opción a su decisionismo. Merleau-Ponty observaba cínicamente que todos los regímenes políticos son violentos, tesis que defiende la actual ultraizquierda, sin importarle si existe o no estado de derecho, respeto a los derechos humanos, arbitrariedades o concentración del poder.

El fascismo no es más que un remedo del bolchevismo. El fascismo no expone la excusa hipócrita a su violencia afirmando que el poder del proletariado es el poder de la humanidad. La violencia fascista fabrica otra, que no es el dominio de una clase, es el dominio absoluto de una raza. El avasallamiento del Estado sobre el individuo es el mismo; la excusa se fabrica en nombre de un colectivo idealizado llamado clase, pueblo, nación o raza.

Pero basta una subida coyuntural del precio del petróleo para que los transportistas, con su poder de chantaje, nos despiertan de nuestro sueño de justicia universal. Este es el sacrificio máximo que está dispuesto a asumir Occidente para luchar contra el totalitarismo; antes hay que reclamar a papá Estado la paga semanal.






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