La paz del esclavo
—Parece mentira que esto ocurra en el siglo XXI —me dice uno, y otro, y otro, y otro.
Está muy extendida la idea de que la humanidad ha progresado moralmente. Y yo les digo que no existe progreso como acercamiento indudable a la Verdad ética. Porque no sabemos si la razón, nuestra razón, es parte del Logos eterno e inmutable. Tampoco existe un acercamiento a la felicidad.
El progreso solo existe en términos de bienestar material, pero muchas veces a costa de malestar psicológico que se traduce en una peligrosa nostalgia del pleistoceno, el aislamiento, la soledad, el estrés y la ahora prestigiosa autoexplotación.
El ser humano es ventajista. Bien lo explicó Platón con la figura de Giges. Aplica distintas varas de medir a las acciones e intenciones propias y ajenas. Los grupos sociales acentúan este desequilibrio valorativo. El resultado es que, normalmente, estamos a favor de lo que diga nuestro grupo. ¿No es sospechoso?
Un hombre creó un ideal, se inclinó y lo alabó. En ese momento, todo lo cotidiano comenzó a apestar. Hay políticos que necesitan cambiar al ser humano para el éxito de su política; como aquellos que quieren cambiar a sus parejas para el éxito de su matrimonio.
La política es un aburrido juego de poder. La Política, con mayúscula, es el juego del poder legítimo. Pero lo Legítimo es inalcanzable; es algo metafísico o, si quieren, religioso. Esta era la trampa dialéctica que utilizó Carl Schmitt para defender su decisionismo. Y, claro, sin legitimidad solo queda una solución intermedia, imperfecta, mejorable, provisional, un concurso de ficciones. Hobbes había recurrido a la idea del Leviatán; Filmer, al principio de la potestad paterna; Locke, al derecho natural y al contrato; Rousseau había añadido la ficción de la voluntad general.
Todo está permitido, como decía Stavroguin en Los demonios, cuando se elimina a ese Gran Observador que nos contempla. Si la ley divina, absoluta, universal es inalcanzable; si el acuerdo y el consenso no son posibles si una de las partes no quiere, y además son percibidos como posturas propias de personas débiles, indecisas y cobardes, la alternativa es la arbitrariedad y la fuerza, siempre tan segura de sí misma.
Tras la arbitrariedad viene un periodo de paciencia y espera. Y, cuando no queda otra, la defensa propia y el sacrificio. Nunca la paz del esclavo.