Finkielkraut

Leo La derrota del pensamiento de Alain Finkielkraut entre dudas: no sé si seguir o tirarlo a la basura. Reconozco que hay un argumento que me convence: son solo un centenar de páginas. Decía Montesquieu que «varias cosas gobiernan a los hombres: el clima, la religión, las leyes, las máximas del gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres y los modales; con todo eso se forma y resulta un espíritu general». La sociedad no nace del hombre, él es quien nace en una sociedad y se ve obligado a acomodarse en ella. Como ocurre con su lengua, el hombre la aprende y respeta sus reglas. Se las encuentra, no las construye. Su desarrollo es espontáneo, y lejos de responder a una voluntad explícita o a un acuerdo deliberado, germinan y maduran. Una buena Constitución tratará de encontrar las leyes que mejor reflejen y se adapten a la población, las costumbres, la religión, la situación geográfica, las relaciones políticas, las riquezas. Hay tontainas que, más que reconocer humildemente que este problema les supera, creen poder resolverlo y se esfuerzan en hacerlo liquidando el patrimonio que se les ponga por delante, con un desastroso voluntarismo presuntuoso, más parecido a un frenesí de delirios prometeicos que a un discurso articulado y que, por cierto, suele acabar en terror y miseria. Acaso haya que oponerse al modelo rousseauniano y tratar de acercarse a la idea junguiana del inconsciente colectivo. Lejos de que los individuos formen conscientemente la comunidad en la que viven, esta moldea su conciencia. La obra maestra del razonamiento es descubrir el punto en el que hay que dejar de razonar.              




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