El misántropo

En un lugar cualquiera...
     —Viendo versos de su factura, un hombre discreto debe tener siempre gran dominio sobre las comezones de escribir que nos asaltan. Debe refrenar los grandes impulsos que se tienen de divulgar tales entretenimientos. Por el entusiasmo de mostrar sus obras, se expone a quedar en mal papel. ¿Quién diantre os obliga a publicar? Si se puede perdonar la salida de un mal libro, es solo a los desdichados que componen para vivir. Creedme, resistid a vuestras tentaciones, ocultad al público esos trabajos; y, por mucho que se os diga, no vayáis a perder el dictado de hombre de bien de que gozáis, para adquirir, por obra de un ávido impresor, el de autor miserable y ridículo. ¿Creéis, pues, que os ha tocado tanto ingenio en el reparto? Si yo alabara vuestros versos, tendría más todavía. Podría hacer otros igualmente malos; pero me guardaría de mostrarlos a la gente.
     —Quiere tener demasiado talento, cosa que me harta. Vive en perpetuo énfasis y en todas sus palabras se advierte que se esfuerza por decir grandes cosas. Desde que se metió en la cabeza que era ingenioso, nada le satisface, tan difícil es su gusto.
     —Quiere ver defectos en todo lo que se escribe, y piensa que no es propio de un literato la alabanza; que ser sabio es encontrar algo que criticar; que admirar y reír es bueno solo para los tontos, y que al no aprobar ninguna de las obras contemporáneas se pone por encima de los demás. Encuentra qué reprender hasta en las conversaciones: son temas demasiado vulgares.
     —Estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Rechazo la amplia generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el mérito.
     —Concedamos algún crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites, y miremos con alguna indulgencia sus defectos.
     —En fin, sea lo que sea, y con cualquier fundamento, vos encontráis razones para soportar a todo el mundo. Odio a todos los hombres: a los unos, porque son malos y dañinos, y a los otros, por ser complacientes con los malos.
     —Yo tomo a los hombres como son, buenamente. Acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen, y creo que mi flema es tan filosófica como vuestra bilis.
     —Hoy se elogia a todo el mundo, y en este aspecto el siglo no deja de mano a nadie: todos están igualmente dotados de gran mérito, y ya no es un honor el verse alabado. Rebosamos de elogios, nos los tiramos a la cara.
     —Yo miro esos defectos contra los que vuestra alma se subleva, como vicios inherentes a la naturaleza humana; y en fin, no se siente más herido mi espíritu al ver a un hombre trapacero, injusto, interesado.
     —El Cielo no me dotó de un alma compatible con el ambiente de hoy. No encuentro las virtudes necesarias para tener éxito y desempeñarme aquí. Ser franco y sincero es mi mayor talento; yo no sé halagar a los hombres al hablar.
     —Vuestro método es totalmente nuevo porque amáis a las gentes para reñirlas. Decís verdades demasiado provisionales y vuestra pasión sólo se manifiesta en palabras enfadosas.
     —Una excesiva perversidad reina y quiero salir de la sociedad de los hombres. Estas conversaciones no hacen más que aburrirme, y querer hacérmelas soportar es demasiado. A menudo me sobrevienen súbitos impulsos de huir a un desierto lejos del contacto de los hombres. Puesto que vivís así, nunca en mi vida me tendréis entre vosotros, traidores.


[Adaptación libre y ridícula de la obra de Molière]




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