Los expertos dicen que

Con tanto abuso de las pantallas, el hombre ha reducido su existencia y ha pasado de vivir en tres dimensiones a dos.
     Esta pandemia me ha llevado a la perplejidad de contemplar, entre otras cosas, a presuntos liberales criticando al gobierno por no haber declarado el confinamiento antes y solicitando mayor gasto público en forma de ayudas gubernamentales para salvar a empresas y a trabajadores.
     Ahora que la palabra 'protocolo' ha sustituido malamente a la palabra 'instrucción' o 'procedimiento', oigo de fondo a un tertuliano: «la salud está por delante de la economía», dice. Ante semejante verdad indiscutible, no cabe contrarréplica. Sin embargo, no creo que sepa de la existencia de los conflictos de valores, y no aprecio tampoco que defienda la supresión de aquellas otras actividades que puedan tener un potencial para perjudicar la salud. Como escribe Elisabeth Noelle-Neumann en La espiral de silencio. Opinión pública: nuestra piel social, suele ocurrir que un individuo omita su opinión si siente que su pensamiento no será apoyado por el círculo que le rodea. El miedo a la crítica y al aislamiento acaban reprimiendo al individuo para expresar su punto de vista. Al tertuliano le ocurre los mismo que expone Bryan Caplan en El Mito del Votante Racional: Por qué las Democracias Escogen Malas Políticas. La mayoría de las personas son razonables para sus intereses particulares, a la hora de escoger un trabajo, comprar leche o contratar empleados, porque les importan y tienen en cuenta los costes y los riesgos. Sin embargo, los votantes son irracionales en la esfera política y tienen ideas sistemáticamente equivocadas acerca de la economía porque es relativamente poco costoso aferrarse a esas creencias preconcebidas que tanto gustan a la gente, aunque sean tan cursis como parecen. En La Ética de la Votación, Jason Brennan duda de si las personas tienen una obligación moral a votar y concluye que, aunque no estén moralmente obligadas a votar, de hacerlo, sí están obligadas a votar responsablemente. Puede que la salud esté por delante de la economía, pero desde luego no de la libertad de cada uno a decidir qué valor está por delante de otro.
     No hay democracias, solo poliarquías, sentencia acertadamente Robert Dahl en su ¿Es democrática la Constitución de USA? Ahora resulta que los políticos han delegado decisiones clave del gobierno en una supuesta objetividad de unos inefables expertos, meras marionetas que utilizan a su antojo. Y eso me lleva a otro libro de Brennan, Contra la democracia, donde aboga por la epistocracia o gobierno de los expertos. Todo muy bonito, sí, pero de qué expertos estamos hablando, me pregunto. Parece evidente que un experto en salud no aplicará las mismas medidas que un experto en economía o que uno en ecología. Por tanto, en función del tipo de experto elegido surgirán unas políticas u otras. El político hábil y demagogo elegirá al experto que apruebe sus políticas. Por tanto, se ha cumplido el deseo de Brennan: claro que nos gobiernan los expertos, y Goebbels es su maestro.




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