¡Eres un fascista! (Aunque no sepa lo que es)

La Transición, repleta de miedos y, por tanto, de prudencias, perdones y tolerancias, proporcionó algunos años de sensatez política y de altura de miras. Si uno conoce la historia de España, sabe que solo fue un oasis en medio de las estériles arenas del odio. Los que nos criamos y formamos en aquella época creímos que aquellos odios ancestrales habían desaparecido. Por eso duele escuchar a quienes se atreven a calificar de fascista a otro con esa ligereza tan insultante, desconociendo lo que fue el fascismo. En realidad, muchos de estos tontainas son comunistas y se están insultando a sí mismos, como una forma de insulto boomerang que golpea en sus partes a quien lo lanza.
     El fascismo, en todo caso, es la versión conservadora del estado totalitario, no del estado liberal. Recuerdo El miedo a la libertad, de Erich Fromm. Escribió Mussolini en marzo de 1923:
El liberalismo es una doctrina de abyección y destrucción. La libertad no es un fin, sino un medio. Y como medio tiene que ser objeto de control y dominio [...] el hombre está cansado de la libertad [...] hay otras palabras que poseen una mayor fascinación [...] el fascismo no teme calificarse de antiliberal
     Tanto el fascismo como el comunismo no defienden el liberalismo de Adam Smith, sino que son profundamente intervencionistas. El corporativismo fascista, por ejemplo, se inspira en los gremios medievales. Discurso de Mussolini de 1933:
Hoy estamos enterrando el liberalismo económico [...] El corporativismo es la economía simplificada, controlada, porque no es posible una disciplina sin control
El fascismo y el comunismo son una forma de pastoreo de las masas que se aprovecha y retroalimenta de un desequilibrio psicológico colectivo. El Programa del Partido Fascista señalaba:
La nación no es la simple suma de los individuos vivientes ni el instrumento de los fines de los partidos, sino un organismo [...] síntesis suprema de todos los valores materiales y espirituales de la raza
     Comunismo y fascismo comparten la omnipotencia del Estado. Así, los individuos están subordinados al Estado. No toleran la separación ni el contrapeso de los demás poderes. Se suprime toda oposición. El Estado monopoliza la verdad y la propaganda.
     Los protagonistas son las élites. Una minoría gobierna. Las elecciones se consideran algo contraproducente, una falacia democrática. En el comunismo, en el capitalismo de Estado, la dictadura del proletariado es simplemente nominal y quien gobierna es realmente una élite, una nueva aristocracia. La propiedad acaso sea de todos, pero la posesión y disfrute es solo de unos pocos.
     La exaltación del líder carismático adánico se da igualmente en el fascismo y en el comunismo. Es la idea del superhombre nietzschano como conductor mesiánico de los destinos del pueblo.
     Mussolini invocaba la imagen de la Roma imperial. Hitler, a falta de historia, la mitología romántica alemana. Este imperialismo es evidente en el fascismo y también en el comunismo, donde es fácil observar elementos irracionales, sentimientos intensos, dogmas, fanatismo e ideas indiscutibles. Decía Mussolini en un discurso de 1932:
Fuera de nuestros principios no hay salvación para los individuos ni los pueblos [...] Se han cometido grandes injusticias contra nosotros [...] hay que defender el sacrificio de la sangre [...] el heroísmo individual y colectivo
Prefiero el naturalismo, ese realismo sórdido. Lees a Dostoievski y descubres la ambivalencia de los valores y los sentimientos. Así el maniqueísmo termina confundido.





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