La arrogancia de Taleb

Lo digo sin originalidad alguna, la obra de Taleb «es buena y original, lo que ocurre es que la parte original no es buena y la parte buena no es original». Taleb escribe con facilidad y dice cosas importantes, pero copia mucho sin decirlo y lanza muchos disparates, eso sí, originales. Esos disparates, dichos con mucho énfasis, son propios de gurús, de aquéllos que no dicen más que obviedades tratando de mejorar a los demás en vez de a sí mismos. El hombre es el animal que pregunta. El tonto no pregunta. El gurú es el cretino que responde, el altruista del consejo, la Elena Francis con pretensiones intelectuales.
     «Puede parecer un lúcido razonamiento descubrir la estupidez de reducir la complejidad del mundo (social, psicológico, financiero, histórico) a unas simples fórmulas que en realidad jamás predicen casi nada, pues casi todo lo que vemos está creado por la serendipia, esto es, el azar», argumenta. Esto es simplemente falso. La capacidad de generalizar, de abstraer, de teorizar es fundamental y necesaria. Desde luego, no ha sido el primero en advertir la propensión a confundir el modelo con la realidad. Pero tampoco es cierto que todo sea azar o serendipia.
     Subrayar la paradoja implícita de una perogrullada como que «la excepción confirma la regla» y escribir un libro sobre ello, ya lo hizo Popper, pero dándole la vuelta: la excepción falsea la regla.
     Su crítica acerca de la manera de hacer de los gestores de inversiones y operadores bursátiles es un simple análisis de estadística básica. Su intento de explicar la «campana de Gauss» para no minusvalorar la probabilidad de sucesos extremos es una simple tautología. Ya sabemos que hay personas que tienen mucha aversión al riesgo y, otras, que lo desprecian. Infinidad de empresarios y autónomos se «juegan el pellejo», pero viven tan al día que no pueden soportar un mínimo imprevisto, sea «cisne negro» o no.
     Ha sido capaz de descubrir que el mundo no es justo, sino que en él imperan las relaciones sociales, el enchufismo, las puertas giratorias, las pensiones blindadas y los salarios de siete ceros.
     Ha llegado a decir que hay que prohibir los déficits y la deuda pública, y aunque es cierto que es una aberración que el Estado gaste más de lo que ingresa —a cargo de los habitantes del futuro—, no creo que sea malo endeudarse para invertir, por ejemplo, en infraestructuras que disfrutarán los habitantes de hoy y los de dentro de medio siglo. Es partidario de la descentralización extrema, imagino que también del caos subsiguiente.
     Se atreve a aconsejar que «deberíamos ser más paranoicos y ansiosos“. Y yo me pregunto ¿para qué, para prevenir mejor las enfermedades cardiovasculares? Aunque los infartos, los derrames y las anginas de pecho no sean «cisnes negros», también es cierto que no son cotidianos, tienen un impacto extremo y predicción en retrospectiva.
    Cuando le preguntan qué opina de los intelectuales, responde que «también son dañinos, porque tratan de extender sus conocimientos más allá del pequeño terreno que dominan. Y es algo que un verdadero científico jamás haría». A ver si se aplica el cuento. Si los seres humanos no creyéramos saber más de lo que realmente sabemos, no habría habido evolución. Cuando habla de Platón o del escepticismo clásico, se le nota que habla de oídas, utilizando tópicos sobre ellos. Creo que malinterpreta su presunta postura escéptica porque desconoce lo que dijo Sexto Empírico: «[los escépticos] no solo no entramos en conflicto con la vida, sino que incluso luchamos al lado de ella, asintiendo sin dogmatizar a aquello de lo que ella nos persuade». La vida persuade, nunca demuestra ni da certezas.



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