Conmigo y otro

Fichte eliminó la cosa en sí kantiana, me dice. Yo escribo poco, continúa, pero siempre que lo hago es por una extraña necesidad compulsiva que me hace decir muchas tonterías, qué le vamos a hacer. Luego, cuando lo leo, si es que lo leo, todo dependerá del yo que lo lea. La identidad evoluciona o involuciona, no lo sé muy bien, entiéndame. Es tan difícil analizarse a uno mismo como entrever a Dios. Por eso me gusta Fichte, aunque bien sé que solo escribió especulaciones oscuras. Ayer, sin ir más lejos, cogí uno de mis libros preferidos, el Compendio de Teología Ascética y Mística, de Tanquerey, y lo abrí al azar: «...quien se constituyere en maestro y director de sí mismo, se haría discípulo de un necio [...] me es mucho más fácil dirigir a muchos que a mí solo».



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