Confinamiento

En estos primeros días de confinamiento, observo que poco o nada ha cambiado en mi vida. Lo único, acaso, es que no puedo disfrutar de los largos paseos en soledad. En esta situación tan absurda que estamos viviendo, mi inocente acto de libertad ha quedado aplastado por una decisión estatal que tiene que compensar la irresponsabilidad y sus errores anteriores. Se va a poner a prueba aquella frase de Pascal que afirmaba que todos los problemas del hombre derivan de su incapacidad para mantenerse quieto en una habitación. ¿Qué hará la mayoría hiperactiva sin poder salir de casa, sentarse en una terraza, tomar unas cañas, sin ver el fútbol? Les quedan las series y los videojuegos.
   Estoy ligeramente turbado y noto que me disperso en ensoñaciones aparentes.  Luego vuelvo a la oscuridad habitual. Me aprisionan las lecturas pendientes. En un confuso episodio cometo el error de entrar en Twitter. Me extravío, comienzo a indignarme y cojo un cabreo importante. Salgo de ese lugar infecto y desinstalo la aplicación. Necesito un café.
   Me tranquilizo poco a poco con la bebida excitante y pienso en aquel joven de la cafetería cuando dijo:  «Me descargo muchos libros, pero después no los leo. Viajo mucho, pero no suelo salir del hotel. Pongo películas en la televisión y no las veo, las tengo como ruido de fondo. Leo las noticias del periódico y no me las creo. Oigo hablar a la gente y me dan ganas de taparme los oídos. Empiezo un libro y estoy deseando acabarlo. Entro en Twitter y a los dos minutos salgo de allí malhumorado. Visito las grandes catedrales y nunca entro al museo. Paseo por los centros comerciales y no suelo comprar nada».
   Seguramente aquel joven estará estupendamente sin poder salir de casa. Total, salir para qué.


 

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