Pensadores temerarios, de Mark Lilla

Leo este interesante libro y observo claramente que hay un tirano agazapado en todos nosotros, un tirano al que tratamos de justificar o de excusar, que se embriaga con el eros de su yo proyectado hacia el mundo. Si la deconstrucción pone en duda todo, ¿es posible todavía emitir juicios sobre la política? ¿Puede uno distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia? Heidegger contestó, observando embelesado a Hitler: «La cultura no importa. Mira sus maravillosas manos». Para Carl Schmitt, la ecuación entre la política y la teología es una verdad revelada, inaccesible al escrutinio racional. Uno directamente debe decidir, si puede. El problema de los liberales, comenta Schmitt de forma irónica, es que ellos se enfrentan a esta pregunta con una propuesta de aplazamiento o nombrando una comisión de investigación. En política, todo es distinción entre amigos y enemigos. Definir al enemigo es el primer paso para definirse a uno mismo. La amistad solo surge de las animosidades compartidas. Una colectividad constituye un cuerpo político como tal únicamente cuando tiene enemigos, reales o inventados. El acomplejado los tiene. Según Schmitt, el mayor problema del liberalismo es que teme más sus decisiones que a sus enemigos. Toda teoría política genuina debe presuponer que el hombre puede ser un demonio. La idea de progreso histórico es falsa. Algunos nos retiramos del mundo; otros intentan salvarnos arrojándonos a la esperanza con una nueva ley, un nuevo evangelio o un nuevo orden social. Filósofos y tiranos se necesitan: los tiranos, para que creen mentiras potenciales; los filósofos, para que las desnuden. Sí, es cierto: Platón escribió la República, una oda a lo ideal; pero pocos recuerdan que también escribió Las leyes y El Político, odas a la resignación.








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